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Mensaje  Helena Miér Nov 02, 2016 2:51 pm

día 6

(¡Hoy no me puedo levantar! Cantamos a dúo Mecano y yo, Matus. No importa que este día recalemos en Haití, país de color. Veo el mundo color de hormiga; al pobre Becerra le están comiendo la color. Te insisto, si hay algo que no puedo soportar es la traición.)
Sin embargo, después de pensarlo un rato, creo que mejor me levanto, me afeito y me perfumo, y le digo adios a la señora Angélica con un ándate a la mierda y comienzo un intento de romance con la española triple, o con una de las venezolanas, o hasta con Concepción de Guayaquil. (Como ves, Matus, trato de hacerme el gracioso, pero no tienes idea lo mal que me siento. Siento que estoy apaleado como un perro, pienso que Becerra fue apaleado como un perro...por mí. Sí, Matus, siento culpa. ¡Por qué no observé primero a esa mujer, por qué tuve que encamarme con ella pensando que era un ángel, por qué el amor te envuelve en una red como a una mariposa, por qué es tan difícil agarrarlo con método, como al conocimiento, por qué mierda nunca llega uno a comprenderlo. Porque es un caos; como el clima.)
Antes de ponerme más caótico que el clima, decidí levantarme. Por los parlantes estaban anunciando que no había almuerzo a bordo. Que éste se serviría en Labadee, Haití, a orillas del mar y que sólo podían permanecer a bordo los enfermos. Estuve a punto de declararme enfermo. (No es ninguna mentira, Matus, te prometo que estoy a punto de vomitar.)
Mejor sigue adelante, Pablo Santana Hausser. Me pongo trajebaño y encima la camisa azul -que lavo cada noche. (¡por fin reemplacé los zapatones, Matus! Se me había olvidado contarte; ayer, cuando fui a mirar los libros pasé a comprarme a la tienda de artículos deportivos, unas zapatillas de goma negras, que sirven para andar en las rocas, estaban en oferta a tres dólares. Así pude bajar en Labadee, que no era otra cosa que una playa desierta, de arenas blancas, igual a una postal con palmeras meciéndose al viento... y todo lo demás.)
(De repente llegamos en tropel unos cuatro mil quinientos pasajeros, te juro que sólo en ese momento me di cuenta del gentío que viajaba en el King of the Sea. En el barco no se notan, los ascensores jamás van llenos ¡no se qué hacen estos daneses para que cinco mil personas vivan en el barco sin notarse! ¡los milagros de la buena administración! ¿no crees tú, Matus?)
Ahí nos tendimos todos en la arena, blanca, suave, como azúcar flor. (Y vámonos tostando para sacarnos el color merluza valdiviano, yo muy cuidadoso dandome vueltas como pollo en un fogón porque no traje protector solar, Matus, se me olvidó y en el barco es muy caro, quince dólares, y tengo que guardar la chaucha para el video que te dije.)
De pronto aparece Kasuo con una camisa de palmeras -parece una postal-, se tiende junto a mí, tiene problemas el pobre japonés ¡se ha enamorado y no sabe bién de quién! I love all of them -dice- y comprendo de inmediato que las tres chiquillas españolas son el objeto de su amor. Le digo que conserve la calma, que las tres son muy bonitas pero que en algún momento, si le pone razón y mesura al asunto, decidirá cual es la más buena ¡que más podía aconsejarle al pobre y solo de Kasuo, que tiene tanta urgencia por dejar de estar solo en Wall Street!
El almuerzo lo sirven en mesones. Nos hartamos, con Kasuo, de langostas y langostas! Porque, seguro, en Wall Street las venden al mismo precio que en Valdivia.
Kasuo me vuelve a decir que está contento. Se ha enamorado de tres por una, solteras españolas, no problems, brother -le digo y lo animo, mientras brindamos con vino francés que por supuesto se carga a la tarjeta del japonés.
Permanecíamos sentados en la arena brindando por España, cuando veo pasar, con una mirada al infinito, a la señora Angélica de Becerra... con un gringo. (Desde ese minuto, Matus, todo se confunde; mi rabia con ella por ser infiel dos o quizás cuantas veces, mi rabia con Douglas por mentirme y decirme que es casada, porque ¡cómo es posible que pasee tan tranquila con un gringo si es casada! Y ya no sé qué mierda pensar, mi viejo, porque ¿quién era, entonces, la señora de pelo canoso que estaba con Becerra en la subasta? Estoy tan confundido que me voy de lengua con Kasuo, se la muestro y le cuento todo lo que te he contado, Matus, y al mirarla Kasuo me dice con un tono de duda casi cietífico: probablemente a su camarero le dieron una falsa información.)
-Are you sure?
-May be.
Ante la duda abstente -me digo. Pero siento en mi cara el calor del enojo.
Luego pongo un poco de razón al ofuscamiento. La razón me dice que el paseo de Angélica puede ser algo inocente, amistades pasajeras que se dan en un crucero. Y entonces ¡salud, Kasuo! ¡Viva España!
A las seis, ya de vuelta en el camarote, el corazón toma su imperio nuevamente y me dice que ha desembarcado con el gringo porque Becerra está enfermo y no pudo bajarse en Labadee. Y recuerdo que aún me quedan tres días y tres noches en este crucero ¡y no sé qué voy a hacer!
Por de pronto me echo en la cama con desgano, miro el mar, que está calmo y de un verde azulado. (Me digo que debo dormir antes de comida para no volverme loco, Matus. Sí loco de remate, porque a pesar de todo ¡¡estoy enamorado!!)
No puedo dormir. En mi cabeza giran cientos de detalles de los dos encuentros con Angélica. Del primero no hay mucho que decir de las palabras, porque se entrega sin palabras. Sin embargo hay en su entrega una delicadeza iresistible. No hay un sólo gesto de ella que se asemeje a lo vulgar. Sus modales son tan sobrios como su vestido negro. En la disco, se deja llevar por los boleros y por mí, como si fuera un suave viento el que la envuelve lentamente hasta casi adormecerla. Y ya en el camarote, da una mirada triste alrededor y se desnuda con lentitud sin preocuparse de dejar el camarote regado con su ropa y su perfume. Después entra en la cama, me abraza suavemente, me acaricia el pelo, el rostro, y luego apoya su cabeza en mi pecho, como si estuviera preparádose para el sueño. Como si yo fuera el compañero de su vida desde hace muchos años. Después me acepta sin que ningún ruido suyo rompa el silencio, como entregada a un ritual sagrado que debe ser del todo mudo. Más tarde, también se viste lentamente, se arregla el pelo rubio con las manos, sin mirarse en el espejo, se acerca a la puerta, se vuelve, me da una sonrisa algo triste y dice: good bye.
Los detalles del segundo encuentro son más consistentes. Yo le dí un curriculum mínimo en la Forever, en los intervalos de descanso entre boleros y boleros. Mis preguntas empezaron después de hacer el amor, a oscuras, y yo encender un cigarrillo. Su cabeza estaba recostada nuevamente en mi pecho, como si fuéramos amantes desde siempre, y respondió a ellas en un tono tan bajo como el de la primera vez. Me dijo su nombre. Tengo veintiun años. Terminé en diciembre de estudiar Biología Marina en Valparaíso. Mi madre y mis hermanos viven en La Unión...No diré nada más ¿de acuerdo? Luego se quedó dormida por un rato. Despertó algo asustada y miró la hora. Enseguida se vistió en silencio. Después fui a dejarla, a petición suya, cerca del casino. Y otra vez esa mirada triste, pero ahora un adios al despedirse... y un beso.
Esos suaves recuerdos lograron calmar mi ansiedad de unos minutos antes; me dormí con una calma similar a los recuerdos.
*
(Soñé con agua, Matus. Con agua tibia. Al despertar me acordé de las aguas de Valdivia. Las que fluyen en los ríos, silenciosas, cavilantes y profundas. Las que se dejan caer como el diluvio para limpiar los pecados de la gente. Las que se encharcan en la tierra hundida que dejó el terremoto del 60, cubiertas de nenúfares para cubrir de un modo hermoso a los muertos. Las aguas que mojan los colchones, los zapatos y la ropa en los inviernos. La que succiona la tierra como una madre voráz que no se sacia. Se dice que la gente está marcada por su tierra, Matus. Y yo creo que tú y yo hasta ahora sólo fuimos agua, la tierra en nuestra tierra jamás la hemos palpado pura...Matus)
Subitamente, anunciaron por el parlante que a las nueve es la comida. No quiero levantarme, pero debo. Mi ánimo no está para camisa azul de seda. Saqué del closet el traje gris, el que compré junto con Matus en Falabella. Me encaminé con paso lento al Royal Dinner. Seguro que no seré capáz de contar chistes gallegos. (No sabes, Matus, qué daría por estar contigo en la oficina de la Austral, mirando hacia el jardín botánico, que estos días debe estar con las hojas de los árboles soberbias. Ese verde que esperamos cada año, que nos hace imaginarnos que nunca más caerán aguaceros en Valdivia. Mi madre debe estar haciendo mermeladas y tejiendo un nuevo suéter a su hijo. Tal vez pensando que ya he encontrado una buena mujer que le dé nietos.)
Me topo en un pasillo con Concepción de Guayaquil. Chico, qué carita. Me abraza por la cintura, me dice: ¡A tí, te hace falta una pareja! Yo en ese momento pudiera haberme enparejado hasta con ella, y le pregunto: ¿Concepción vas a la For Ever esta noche? Si, chico, me he encontrado un compatriota conocido, quedamos de juntarnos...
Nos despedimos y al entrar, sin siquiera Concepción de Guayaquil, y enfrentar la mesa 20, no veo a Angélica ni a Becerra, sólo está la señora canosa que estaba con Becerra en la subasta.
Llego a la 28. Todavía no hay ningún español. Ya sé mucho más de ellos que días anteriores. Don Eustaquio es comerciante de zapatos, doña Justa es "ama de casa" y las trillizas, son estudiantes de literatura en la Complutense. Eso las mantiene lejos, dijo Eustaquio en tono grave, y sí, eso es muy triste, dijo Justa, pero los hijos vuelan de su nido...
De pronto llegan a la mesa y:
-¿Cómo estás, hijo? -don Eustaquio y doña Justa.
-¡Anima esa carita! -Macarena.
-¡Chaval! -Luján.
-¡Que estás en el Caribe! -Lourdes.
-Estoy algo mareado.
Pero siento que, a pesar del mareo mentiroso, debo conversar de algo. (Entonces, Matus, les cuento de nuestro post grado en Navarra, me explayo en las anécdotas que vivimos nuestros primeros días en Madrid, cuando, yo el ingenuo, quise retratar a un campesino que arreaba dos mulas frente a la Cibeles. Y del :¡no ose retratarme, que le rompo el carrete en plena cara! Les digo que sabíamos del orgullo español solamente por los libros. Y de como, después de disculparnos y rogarle al campesino que posara, se plantó frente a sus mulas y levantando el cuerpo y la cabeza dijo: ya puede usted retratarme. Pero cuando insistimos en darle una propina, nos rechaza nuevamente, amenaza con rompernos el carrete, y mejor nos alejamos, adios y muchas gracias...señor.)
(Les cuento de nuestras noches solitarias, Matus, del frío de Navarra en los inviernos, de las horas de vinos en las tascas, comiendo pulpos al ajillo, de las noches de insomnios con la señorita epistemología acompañándonos. De lo bien que nos sentimos en España a causa de los genes que nos dió de regalo la conquista. De las cuevas de Granada, del baile con los gitanos, de la incursión al Corte Inglés donde miramos la ropa como gatos frente a la carnicería, de lo poco que nos importó ¡teníamos la vida por delante y ya vendría el éxito. Seríamos profesores respetables de la Austral y en eso consiste el éxito en Valdivia!)
Les cuento de cómo fuimos, durante una semana, a sentarnos en el Prado frente a Las Meninas.
Pero parece que ninguno de mis compañeros de mesa cree mucho en mi locuacidad, me escucharon con cara escéptica, hacen un par de comentarios, qué bueno que gustó tanto de España -dice don Eustaquio. Que bueno -doña Justa. ¡Anima esa carita, Chaval, que estás en el Caribe! -Macarenalujánlourdes.
Antes de los postres me excuso y me retiro. (Necesito aire, mucho aire, tengo un dolor a la altura del esternón, Matus, ¿será cierto que el amor duele. O será anemia? ¡No me salgas con que soy hipocondríaco!)
No puedo sacar del pensamiento la tristeza, me baja por los hombros, se asienta en el estómago, debilita mis piernas en el trayecto a la cubierta. Al fin ahí, apoyado en las barandas, respiro hondo el viento húmedo y caliente del caribe. Veo a la distancia el horizonte, es una noche clara, pero no tengo fuerza para mirar las estrellas. Siento que algo en mi vida se ha ido para siempre. Siento que nunca más tendré un instante de ilusión, esa palabra tan gastada...(Pero parece que el amor, Matus, está hecho de palabras gastadas y redundancias... aún así quiero seguir viviendo en el gastado lenguaje del amor.)
Angélica. Por qué no podré nunca más tenerte como una amante de hace tiempo, apoyada tu cabeza en mi pecho, tu mirada perdida, tus palabras escazas, tu amor silencioso.
Siento dos manos que por detrás abrazan mi cintura, y una cabeza se apoya suavemente en mi espalda. Es Angélica otra vez, sin decir nada. Irrumpe la traición en todo mi cuerpo; me vuelvo y la rechazo con las manos diciéndole: ¡detente!
-Por qué -pregunta con voz leve.
-Eres casada...
-No soy casada.
-Entonces ¡Quién es Becerra! -grito, tomándola de las muñecas fuertemente.
-Es mi padrino.
-¡Sí, claro, y negarás que duermes con tu padrino!
-Sí. Duermo.
-¡Por qué!
-Vamos a tu camarote y te lo explico.
Al llegar, me pide que no encienda la luz: quiero un poco de oscuridad -susurra.
Me abraza con fuerza. Me besa. Luego llora.
-¡Hazme el amor!
-No puedo... la traición...
-No hay traición, Pablo. ¡Hazme el amor! -Suplica.
La llevo hasta la cama, la desnudo, ahora yo. Con tanta furia que rompo su vestido. La amo con desesperación, con ira. Siento que la estoy violando. Eso me da casi la satisfación de una venganza. Ella se deja y responde con dulzura, con calma. Como si no supiera hacer el amor de otra manera.
Prendo la lámpara, de nuevo un cigarrillo. Y pregunto, pregunto hasta el cansancio. Tengo que saber de ella todo y esta noche. Quiero no tener nunca más dudas.
(No fueron muchas las palabras con que ella me aclaró su vida, Matus. Empezó contando algo de su infancia en un pequeño campo de La Unión. Me habló de sus hermanos, cuatro hermanos, de la muerte de su padre cuando niña. De Becerra, que de algún modo, que no explicó demasiado, se hizo cargo de su madre y su familia. Él era su padrino de bautizo. A veces sus manos la tocaban de una forma distinta que su padre cuando estaba vivo. A veces vio que abrazaba a su madre como si fuese su marido. Cuando creció, entre su madre y él consintieron en que estudiara Biología Marina en Valparaíso. Después de eso... todo lo demás yo debiera suponerlo... ella no iba a decir ni una sílaba más... Y cuando Angélica se sumía en el mutismo, Matus, tenía una fuerza enorme en sus ojos y yo sabía que no iba a cambiar de parecer. Lo último que dijo fue sobre el hombre de Labadee. "Un amigo chileno- yugoeslavo, que me encontré en el barco... ese día mi padrino estaba enfermo. Sólo caminé con él en Labadee"
Me dijo, sin preguntarme, que esa noche se quedaba a dormir conmigo.
No dormimos bien ninguno de los dos. Quiero pensar que hicimos el amor toda la noche. A intervalos dormíamos, a intervalos nos decíamos te amo, a intervalos nos abrazábamos en medio del silencio.
Cuando desperté por la mañana, ya no estaba. Pero yo estaba en paz y sentí que en cualquier momento volvería para estar conmigo para siempre.
Helena
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Fecha de inscripción : 07/11/2011

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