.................................

Hoy se me nubla la vista.
Puede ser que la niebla influya.
Puede ser que mis ganas de ver se queden en ti…
Puede ser que la idea subsista frente a todo
Y que la idea sea tu mirada,
Y que sin ella no tenga nada.
Hoy estoy sordo a todo.
He escuchado demasiado y nada era importante.
No hay cantos de sirena,
Ni voces etéreas que me transporten.
Sólo había un beso sostenido, en clave de amor.
Y lo repetí hasta ensordecer.
Hoy no hay olores.
Ni sabores,
Se pierden en una búsqueda.
Se pierden en el intento de encontrar
La primigenia razón de tu ser.
Aquello que te conforma y me hiere.
No tengo referencias,
No las hay,
No las quiero si no parten de ti.
Hoy el tacto era dolor.
De no tener, de esperar, de encontrar.
Duele.
Duelen las manos desabrochando caricias,
Duele mi pecho anudando despertares,
Duele mi cabello soportando almohadas vacías…
Hoy ha sido hoy,
Y no me perdí en esta nada.
Esperé la llegada que me devuelva los sentidos,
Que me vuelva el ser humano, que sólo,
Contigo, soy.

(JLCT. Todos los derechos reservados)

¿Por qué roza la sinrazón
La constante
Si en su sordo ir
Hay un volver?

No puedo comprender
Ni logro abarcar
Si la vida se hace ley
Y el amor es arte de amar
Donde queda el corazón
Y donde la soledad

Vuelve mi pecho
A hundirse en el ansia
De conocer lo imposible
De un amor que se adelanta
Al pasado ya presente
Y un futuro de ignorancia

Y en esta lucha
Repetida
En esta pregunta
Descarnada
Sigue la desazón
De una respuesta
No encontrada

Un por qué de líneas suaves
De constantes mancilladas
Sordas en su venir
Ruidosas en su llegada


(JLCT. Todos los derechos reservados)

Encadenado a la vida,
Descubrí que sentir no valía.
Amar, no era válido.
Y me negué.
Las certezas se volvieron odiosas.
Despejé mi mundo
Como si de una incógnita matemática se tratara.
De nada sirve,
De nada me sirvió.

Entregué, y no sopesé.
Al mismo tiempo se me dio la mentira.
Intercambio desequilibrado
Pero natural.
Confié y al confiar cedí.
Al ceder quise dejar ser
Y dejé de ser yo.
Cuando me di cuenta,
No tuve nada.
Besos que nunca se pidieron
Se fueron con las horas.
Caricias que prodigamos,
Cayeron en el descuido.
Y el deseo se hizo jirones
Que colgaron del tálamo,
Dosel de melancolía.

Debí aprender.
Pero repetí, volví,
Otra piel, otros labios…
Horas de rozar el cielo
Para volver a caer en mis infiernos.

Confieso la culpa públicamente.
Bueno para nada,
Inútil y asocial.
Reconozco que las incapacidades
Superan con creces mis virtudes.
Y sé que la vida es injusta, infame.
Sé que la pena no es de mi propiedad
Y que el desamor se adueña de todo amor.
Sé todo y no sé nada.
Repito. Reitero la espiral…
O ¿ya es círculo cerrado?


(JLCT. Todos los derechos reservados)

Me da mucho gusta ya que gozo por tus escrito, lo haces muy bien bueno al menos a mi me encantan leerlos, gracias por deleitarnos con ellos.
Sigue asi.... Pero este ultimo esta muy trizte ¿no te parece?.....Sera que yo soy mas romanticona y esto es como una despedida o algo asi.

Lo que a continuación he subido es el relato corto, sobre un pequeño viaje que hice hasta Larache, zona central de Marruecos. Es de hace algunos años...espero que el que lo lea lo disfrute. Va el primer capítulo:

I

La hora era lenta, de una noche sin dormir.

Mis ojos recorrían por enésima vez el techo de la habitación en penumbra. Sería una larga noche. Hacía frío y en los cristales, mal encajados, sonaba la lluvia. Un viento gélido se filtraba por las rendijas. El árbol de fuera, indeterminable, susurraba frases al aire nocturno. Tapado por una manta vieja, me arrebujaba para contener mi cuerpo en su cálido abrazo.

Eran días de espera. El ciclo se completaba ya. Había ido a parar a ese viejo bungalow destartalado solamente para descansar. No había gente. Los vecinos que en el verano llenaban con su gutural cotorreo los silencios, no estaban en el largo invierno. Todo tenía el aspecto de abandono precipitado, de huida hacía la realidad. Poblado fantasma, solo aliviado por el maullar de algún gato perdido.

En los pies de la cama la alfombra de plástico trenzado, triste intento de alegrar una habitación, dejada caer en el suelo de terrazo gastado, triscaba como si se removiera.

Mis ojos acostumbrados a la oscuridad distinguieron la presencia de una cucaracha. Negra para mis ojos, sabía muy bien que era de un color canela, enorme…invadían las aceras en las noches de calor, tanto que cuando caminabas por ellas, parecía que lo hicieras sobre cristales.

Contemplé su caminar, entre asqueado y morboso. Esperando encontrar algún sentido a las cosas, en su rasgueo sobre la alfombra. Su lento periplo se veía impedido por que los espolones de sus patitas se trababan en la irregular superficie de la trenza. Pero, obstinada, avanzaba hacía el lugar que su voluntad había decidido. Pronto dejé de verla.

Mis ojos buscaban alguna luz ahora, la luna no estaba, la ocultaba un manto de nubes. A veces se distinguía esa plata entre ellas, pero volvía a desaparecer.

Oí el rebufo del caballo, era mi vecino. Dejado a pastar en el campo de fútbol, triste y desdibujado. Esa tarde me había acercado a verlo, su mirada cristalina, transmitía la tibieza y la resignación que sus mismos dueños sentían hacía la vida. Como los ojos de un viejo sabio, se clavaron en los míos. No pude sostener la mirada mucho tiempo. La cadena que sujetaba su pata me hizo ver que él si tenía una dura condena. Que mis cadenas eran solo inmateriales. Acaricié su hocico, su amplia frente…me di la vuelta y me alejé.

Intenté oírlo de nuevo. Solo el dialogo incoherente de las ramas llegó hasta mí.

Me di cuenta de algo, en el fondo de su ruido, se ocultaba el sonido del mar. Separado apenas por una colina. En la playa rompían las olas.

Me levanté. Mi cuerpo se estremeció de frío, decidí dar por terminado el vano intento de dormir. Me vestí apresuradamente, abrí la puerta corredera que me separaba de la terraza y salí al viento. Bajé las escaleras y la humedad del verde mojó mis zapatos, calándose hasta mi piel. Metí las manos en los bolsillos, quería conservar algo de calor. Con caminar cansino me dirigí a la playa.

Pude ver la blanca espuma coronar las olas, para luego arrebatarlas contra la arena, que hoy no brillaba. Rubia, ahora se me antojaba ceniza. Mis pies se hundieron al pisar. La arena se pego a mis zapatos, cambiando su aspecto. Parecían extraños, ajenos. Me acerqué a la orilla, costaba trabajo andar, la arena humedecida se rompía en placas dejando al descubierto otra parte de si misma, seca y movediza. Gané la orilla y me paré, viento y agua, sal, arena y los olores del mar…algas, ozono de la tormenta, humedad de tierra, todos intentaban impactarme y trasladarme. Me rehice.

Miré al suelo, buscando quizá una oreja de mar…tantas encontradas en días felices…días de sol y niños. Encontré la pálida silueta de un pez muerto. Me agaché. No pude distinguir su especie. Contrariado me aparté, el olor empalagaba, fijé mi vista más allá y pude distinguir algunos más desperdigados y una senda. Recordé los pescadores.

Cada tarde, con paciencia ancestral, disponían sus redes en aquella destartalada barca. El más viejo, y un crío se subían a ella y en un bogar lento se adentraban un poco en el mar, extendiéndolas. Mientras algunos se metían en el agua para recoger los extremos. Cuando quedaba completamente extendida, llegaba la hora de jalar para ir acercándola a la playa. Duraba horas, con sol o lluvia, horas de tirar y acercarse, cerrando el corro hasta sacar el pobre producto que la mar se avenía a darles.

Alguien acercaba unas cajas viejas de madera. Colocaban lentamente el pescado, clasificándolo de alguna manera no coherente para mi mentalidad. A veces, uno de los pescadores, ocultaba en sus grandes bolsillos alguna pieza. Hurtaba parte, quizá para venderlo más tarde o simplemente llamado por un hambre que no lograba aplacar con el reparto. Miraba a su alrededor y con disimulada calma lo guardaba. Mientras sus manos seguían escudriñando las redes en busca de un nuevo pez.

Si te acercabas podías ver qué variedad era la que más pescaban. Si el día era bueno, lenguados, correplayas…si el día era malo, el odioso pez araña. Cuando entraban lo hacían en gran cantidad, su aleta dorsal extendida con su veneno se enganchaba en las redes, haciendo que el trabajo de desenredarlos se hiciera lento y complicado.

Después de la jornada, con las últimas luces del día, retiraban las cajas y se llevaban lentamente las redes hasta el caseto donde aguardarían al día siguiente, ya entonces se podía oler el comistrajo que cenarían, olor acre de pescado cocido con patatas, cilantro, comino molido…brillaba el cazo mal dispuesto en un infiernillo azul de gas.

A su lento caminar como de procesión de penitentes, con cabezas cubiertas por sucios gorros de lana, se desperdigaban algunos peces, que ni si quiera eran tenidos en cuenta, abandonados.

Es lo que ahora podía ver en la oscuridad. No alcanzaba mi vista a ver luz alguna en la caseta. Habían pasado las horas de charla y té. Guardadas las piezas de algún dominó, o parchís, después de la discusión altisonante por trampas en el juego, tan comunes y gastadas como las propias piezas. Alguno habría olvidado enrollar la alfombra del rezo, como casi siempre, hecho a destiempo, cuando las tareas y comidas habían acabado. Pero, no la vi…

Me volví, sobre mis pasos caminaba mejor. Encendí un cigarrillo, con trabajo ya que el viento velaba por mi salud. Empezaba a llover de nuevo y a mi derecha aparecían las luces de la ciudad, lejanas. Apresuré el paso. El amanecer estaba apunto de romper. Y la mañana sería larga, lenta y fría. Casi sin transición con la noche.

Entré en la casa y me tumbé en el camastro deshecho. Volví a mirar al cielo de mi techo, conté la hora al silente armario que parecía prestarme sobrada atención, pero no respondía con “uhmmm, que tarde es!!!”, me reí entredientes de lo bobo que podía ser. Cerré los ojos.[center]

Arranqué el coche. Había decidido ir hacia el sur. Me habían hablado de aquel pueblecito tantas veces, que tenía ese interés desmayado. El que despiertan en ti, pero con esa incertidumbre desconfiada de lo tantas veces repetido. Tenía por delante casi doscientos kilómetros, el día era de otoño, de esos otoños de África, había llovido los días anteriores. El sol se apuntaba hoy al día. Frescor y humedad, la luz cegaba.

Me decidí a ir por la costa atlántica. Las carreteras del interior eran más seguras, pero menos hermosas. Esta me llevaría más tiempo, pero podría contemplar esas playas increíbles. Lenta y sinuosa empecé a recorrerla. Música de Pink Floyd, no muy apropiada para lo exótico, pero me la impuso el ánimo. Ojalá estuvieras aquí, cantábamos a dúo, Roger Waters y yo. No sabía muy bien quien debería estar en esos momentos, pero no importaba, conducía solo por la retorcida carretera y ya podía oler el mar de nuevo, pasadas las canteras y riscos. El macizo del Yebel Mussa, quedaba a mi izquierda, como siempre cubierto de nubes que velaban la extraña silueta de la Mujer Muerta, o Atlante Dormido. A sus pies el mar.

Un descenso vertiginoso, me llevaba a la primera playa, separada por un risco cónico de otra más recóndita, batida por inclementes vientos del océano, la arena dibujaba estelas sobre su propia superficie, parecía perseguirse, jugar a un juego solo inteligible para ella misma. Las hierbas tumbadas dejaban hacer a la arena.

Al fondo de la playa las olas machacaban la orilla, altas, blancas, rompían y volvían a atacar con renovados ímpetus. Una larga recta bordeaba la playa, más de dos kilómetros hasta llegar al primer pueblo. Alkazar Seguer, en la desembocadura de un dudoso riachuelo, cayendo sobre el pequeño puerto.

Paré, sabía de una buena panadería. Ese pan oscuro, recién hecho, era el mejor desayuno. Lo acompañaría de aceitunas, queso fresco y aceite sin refinar, al modo del país. Sentado en la trasera de mi coche y en el pinar que daba paso al puerto, comí, despacio.

Me acerqué a la orilla del riachuelo, no era tal, ahora se me hacía un verdadero río. Al unirse al mar se volvía crespo, antes indolente parecía dejarse caer hacía él. Pero al encontrarse hervía y revelaba su verdadera naturaleza.

Crucé el puente que escondía tras su único ojo, la basura depositada. Colgado sobre el rió a mi derecha el restaurante aquél, recuerdo aquella comida, no muy bien los platos, tallin de pescado…puede ser…lo que si recuerdo es ver extrañado que los comensales traían consigo las botellas de refresco.

No entendía por qué un restaurante permitía tal costumbre, pero en este país ajeno nada puede extrañarme. Hasta que después de la lenta comida, lenta como un rosario desgranado por un nonagenario tartamudo, me di cuenta de que las botellas no contenían refresco alguno. Al ver en las copas el poso dejado, vi que era vino.

De esa manera disimulaban el pecado. El restaurante, económico, no tenía la cara autorización para venta de bebidas alcohólicas, por lo que los clientes hacían acopio de la bebida y se la traían de sus casas, disimulada en botellas inocuas. Entre incrédulo y divertido, moví la cabeza. País de contradicciones…


Ahora la carretera empeoraba, estrecha, sinuosa y sin asfaltado, se volvía un peligroso tapiz donde resbalar. Con calma, sorteando innumerables baches, tras tartanas antediluvianas que asombraba ver andar.

Largo trayecto que cansaba, hasta desembocar en un nuevo tramo asfaltado. Me acercaba a la Gran Ciudad. Su puerto se apuntaba ya en el horizonte. No pensaba entrar en ella. En ese caos de olores que era su alkazaba, o en las rancias avenidas de estilo colonial, mezcla de neoclásico francés y racionalismo español. Balconadas oxidadas, medio pintadas de verde inglés, daban aire de románticos encuentros en tiempos de guerra. Sus empedrados tal vez fueran recorridos por los exiliados que luego buscaron refugio tras el mar. O quizá, algún que otro escritor buscó el incógnito en sus calles y acabó sus días loco y solo…

Recorrí la carretera que circunvalaba la población con la rapidez que me permitía el caótico tráfico. Humos que atosigaban. Olor a aceite mal quemado por las antiguallas que circulaban a velocidades increíbles.

Me alejé con alegría de esa algarabía de sonidos. La carretera se convirtió en amplia, recta, bosques a mis lados, sorprendido de tan inmensa llanura, parecía no acabar.

A veces en los claros del bosque brillaba el mar.

Ni un alma, algún coche a lo lejos deslumbraba. Y la carretera continuaba hacia el sur. Ahora la llanura se transformaba en marisma. Hasta donde alcanzaba la vista, se veían los cañizos, el lodo, las pozas, dunas, medanos y riachos que la conformaban. Algún pino, retorcía su tronco a los vientos. Hermoso como desolado. Mis ojos seguían deslumbrados por tantos espejuelos, tanto que me costaba mantener la mirada en la carretera. Ese sol oblicuo, otoñal y esa limpidez de la atmósfera renacida de la lluvia que había caído en los días pasados, daban esa extrema claridad.

Seguía conduciendo, aburrido ahora de tanto hacerlo. Quería llegar a la hora de comer así que no paraba. Tampoco había donde hacerlo. Algún tenderete que vendía artesanía, fósiles y naranjas, todo en un batiburrillo desordenado y atractivo. Desde tejas de un verde vidriado, a melones…otra vez sonreí, no comprendía ese orden desordenado que marcaba el carácter de las personas de este país.

Al final de la carretera, pude distinguir el pueblo. Poco se veía de lo que decían su atractivo. Me desilusioné. No esperaba otro pueblo más, otro gris y feo poblacho, de esos que parecen invitar a no parar. De todas maneras y llamado por el hambre, entré en él.

De la fealdad extrema de las casas aledañas a la carretera, a la sorpresa de la belleza del pueblo. Entraba en otro mundo, calles cuidadas, hermosas, casas modernas pero con gusto, no suntuosas, ni de art neavou, sencillas, con sus tiestos de geranios mezclados con plantas de albahaca, de esas que ellos usan para espantar las moscas.

La cosa mejoró al llegar al centro, aparqué cerca del puerto. A pie de la muralla.

Lo primero: un pescador se acercó a mí. “Cambio Hachís por butelia de güisqui, ¿Tu querer?”, entre divertido y escandalizado, le dije que no tenía wisky, así que me dejó marchar con la promesa de que si volvía haríamos el trueque.

Un niño, se ofreció a cuidar y lavar el coche…siempre decía que si, aunque no me preocupaba demasiado de su integridad o de su limpieza, a cambio de unas monedas me lo dejaría parcheado y abandonado a su suerte, pero para que negarse…

La continuacion del texto me gusto mas!!!, en el desscribes con tal presicion que invitas a recorrer con tus palabras, ese paisaje magico el olor a mar, el riachuleo que se convierte en rio para desembocar al mar, es hermoso.
Me encanto tu descripcion de todo y por un momento estuve ahi contigo.
Sigue asi que paso en el pueblo??.

Me fijé en donde debería comer, ya me habían hablado del restaurante, de sus especialidades…así que me acerqué para ver como se planteaba la comida. Era temprano aún para comer, pero la hora a la que como, no suele ser la habitual en otras partes del mundo, reservé mesa, tenía una hora por delante para recorrer el recinto amurallado.

La ciudadela fue construida por los portugueses, en la época de las grandes conquistas de ese país. Cuando las rutas de las especias y la seda les llevaban bordeando África hasta el lejano oriente. Puerto y ciudad eran parada obligada para los navegantes, refugio de tormentas y de ataques de piratas. Piratas berberiscos que asolaban mares y tierras con sus cimitarras.

Se adentraba uno en ella a través de un arco de medio punto que ya denotaba su origen. Entrar dentro cambiaba la visión del mundo. Del marrón de la piedra arenisca, desgastada, verdeando en las zonas umbrías, al blanco inmaculado de las casas interiores. Casas que redondeaban sus aristas por la cantidad de veces que se habían encalado. Y las ventanas y puertas de un azul añil puro. Las bocacalles estrechas empedradas, con arcos que unían las dos aceras. En el centro de la ciudadela el Palacio con su Mezquita, en el pórtico el lavatorio…niños que salían de la escuela coránica con sus babis blancos impolutos…Mis pasos reverberaban en ese suelo irregular, donde se encastraban cantos rodados, pulidos por años de pisares.

Seguí hasta alcanzar el extremo sur de la muralla. Éste se abría hacía un farallón que desembocaba en un abrupto acantilado. Las murallas se remataban en sus esquinas con la típica garita portuguesa, el ladrillo rojo asomaba entre el descascarillado yeso. Unas escaleras desembocaban en un patio enrejado, cuyos remates eran puntas de lanza. Hasta donde alcanzaba la vista se veían largas lascas, que como lenguas se adentraban en el mar, ahora calmo. Descendí hasta el patio y pude sentir al mar rompiéndose a mis pies.

De vuelta, tomé otro camino, la estrechez de las callejas daba la sensación de laberinto, había agua en la acanaladura del centro de la calle, y no quise investigar su procedencia. Olores a comida, a ropa tendida recién lavada, a pintura y algo más.

Desemboqué en una zona de bazares, olor a cuero y cera, incienso mezclado con especias, aserrín en el suelo…mi apetito despertó acuciándome a salir del damero en el que me había perdido. Alcancé otra puerta, y desemboqué a la plaza exterior, toda poblada de cafetines, con sus mesas, anafres chisporroteantes de pinchos que desprendían humo oscuro de la grasa de cordero a su contacto. Mozos con enormes bandejas y teteras plateadas en ellas, cruzaban la calle sin percatarse de los vehículos que pasaban, los largos vasos llenos de hierbabuena amenazaban con caer.

Apresuré el paso, era hora de comer.

Comida, vino, postre y té. Dulce y oscuro, con la hierbabuena macerada en su interior, me gustaba la ceremonia con la que lo servían: Te llevaban la tetera a la mesa con un vaso grabado en oro, primero ponían un poco de té en él que luego vertían nuevamente en ella. Mientras hacían esto musitaban algo, sortilegio u oración nunca lo sé. Luego levantando la tetera escancian su contenido en el vaso…El aroma y el calor dejaban paso a la tarde.

De nuevo recorrí la ciudadela, me adentré en los callejones hasta dar con una zona de tenderetes en los que se hacinaban los artesanos, agrupados por cierto orden gremial, curtidores, zapateros, relojeros, chamarileros, vendedores de repuestos usados, telares y tapiceros.

Otra vez perdido en ese orden inconcluso. Me acerqué a un viejo zapatero que cosía babuchas en cuero nuevo, de fuerte olor. Regateé su precio, como a ellos les gusta hacer y las compré, no tenía muy claro para que o quien…

La tarde se precipitaba en el ocaso, busqué salir hacia el farallón, quería ver la puesta de sol, llegué justo a tiempo de ver como se hundía en el mar marcando la senda que de haberla seguido me hubiera fundido en él.


Dorada el agua del mar, naranjas y grises, el negro de la roca, era una sinfonía de matices que se me escapaban de los ojos. A lo lejos una bandada de cormoranes avanzaba a ras de agua con volar parsimonioso, algún barco desvencijado arribaba a puerto, retrasado.

La luz se perdió dejando un cielo entre violeta y rojo, las formas se desdibujaban a medida que mis ojos se esforzaban en no perder el leve rastro de luz. Busqué refugio en la muralla y caminé con desgana, no me apetecía marcharme, pero no sabía muy bien que hacer.

Decidí preguntar por algún sitio donde dormir aquella noche. Un gendarme emperifollado en gris, negro y rojo, chapurreando un francés macarrónico y un español espantoso, me indicó como llegar a un hotel. En coche, ya que la distancia hasta el pretendido alojamiento era larga, recorrí los bordes de una playa que no había tenido en cuenta. Allí encontré el hotel.

Debió ser moderno en su época, ahora no pasaba de ser un remedo inmundo de un edificio sin clase alguna. Al entrar, pude ver las banderas que en jirones de tela deslucida colgaban en su puerta. Entré en la recepción y un olor acre a humanidad me dio de lleno en las narices…pensé en volverme, pero no tenía muchas opciones, así que me dirigí al mostrador, donde un personaje seboso y sudoroso se apoltronaba en una silla viendo un programa de televisión en el que alguien cantaba.

No se percató de mi presencia. Y al hacerlo respingó, me habló en su lengua hasta que se dio cuenta de que no entendía nada. Entonces probó con francés y luego en ese español tan difícil. Al final pudimos entendernos, la habitación era cara, muy cara, pero como todo en este bendito país se ajustó en un regateo de comedia, de un juego al “que me voy”…al final dormir allí no costaría más de lo que el hotel podía demandar.

Me dieron llave y el ascensor no funcionaba, así que fui a conocer mi habitación…

Enorme, fría, sucia, y extraña, al menos tenía ducha y agua caliente. Me apresuré a tomarla. Me vestí de nuevo y bajé, quería dar una vuelta por las calles de noche.

Al ir avanzando por el paseo, me di cuenta que no me apetecía andar, aún así hice el esfuerzo y llegué, arrastrando mi desgana, al centro del pueblo, busqué refugio en un cafetín.

Pedí mi té, y encendí un cigarrillo. No había demasiado público, pero éste fue llegando poco a poco. Todos hombres, piel cetrina, barbas oscuras… se sentaban en las mesas hasta copar todo los cafetines, voceaban, reían y bebían te. Fumaban, no solo cigarrillos… ellos liaban los suyos, bien con hachís o bien con lo que ellos llamaban kiffi, que no era más que los pétalos, polen, hojas y tallos de la cannabis secos y molidos.

El olor era peculiar y no me acostumbraba a él. Me daba la sensación de que algún policía llegaría por allí y los detendría de inmediato. No caía en la cuenta que si yo me pusiera a beber un simple vaso de vino, el que acabaría entre las rejas sería yo. Tener prohibido el consumo de alcohol, por la ley coránica, no implicaba que no pudieran consumir otras drogas y el consumo de los productos de la cannabis era tan normal como beber agua.

En las mesas de dentro se veía fútbol, se jugaba al parchís y al dominó y se voceaba para hacerse entender en la maraña de voces. Ni mujeres atendiendo las mesas, ni mujeres sentadas, todo el pueblo de hombres, ellas en sus casas, al cuidado de los niños…daba una extraña sensación un mundo sin mujeres.

Me aburrí, alguien intentó hablar conmigo, pero no pude entenderle entre el vocingleo y el sopor que me entraba. Perdido el interés primero de ese alguien, pedí otro té, el camarero me preguntó si lo quería con hierbabuena o azahar, extrañado, lo pedí así. El vaso alto venía coronado por una flor de naranjo que flotaba en él. El sabor indescriptible me llenó de paz y bienestar, nunca lo había probado.

El camarero me dijo que no era muy normal por esta época encontrar azahar, pero las lluvias caídas y las buenas temperaturas habían hecho que algunos naranjos florecieran ese otoño, por eso podía ofrecérmelo.

Nunca más he vuelto a probarlo, alcanzarlo es improbable, ya que la flor es tan efímera como caprichosa y solo se puede consumir cuando está fresca, privando al árbol de un fruto que de otra manera daría. Su sabor, entre el dulce del té, la vainilla y la naranja, sutil, suave…imposible…

Me levanté y me fui, busque el refugio de mi hotel. No tenía plan alguno para el día siguiente. Pero igual me alejaba más al sur…al menos hasta la siguiente población importante. Pero eso sería mañana.

Ahora intentaba dormir. Quise quitarme de encima la humedad de las sábanas y del oloroso colchón…no pude dormir.

Despertar helado y en un sitio extraño no suele ser agradable. Si encima alguien aporrea la puerta la cosa empeora. Si además la noche se ha pasado casi en blanco, la verdad es que dan ganas de asesinar al aporreador. El servicio de despertador del hotel, era de lo más familiar…si lo sé no le digo nada al gordo…

Me levanté de un humor de perros. Miré por la ventana, el día volvía a ser brillante.

Indeciso de que hacer, me duché, dejando que el agua caliente calentara mi entumecido cuerpo, haciéndolo despertar de una vez. No tenía con que afeitarme y mi aspecto era más bien macilento, empeorado por la amarilla bombilla que colgaba en el cuartucho.

De todas maneras, poco importaba mi aspecto. No desentonaba con el hotel. Así que me fui sin consumir un desayuno que se me antojaba incomestible, quería un café, uno bien hecho, que me permitiera encender el primer cigarrillo del día.

Encontré una terraza, y pedí café y pan con aceite, que acompañaron de las consabidas aceitunas. Desayuné con ganas y encendí ese cigarrillo que sabe a gloria bendita. Al pagar me timaron vilmente, pero no rechisté.

Energía y un leve cabreo rondándome, agravado por la cuenta del desayuno, me llevaron hasta el coche, salí del pueblo, rumbo al sur, maldiciendo entre dientes el comienzo de esa mañana. No permitiría que me arruinasen el día.

Música, esta vez, Dereck & The Dominos, una rara grabación de las Jam Sessions que dieron lugar a su famoso Layla, lo compré en Londres…no recuerdo bien cuando…Solo música, me concentro en ella y en la carretera y dejo de pensar.

Mi ánimo se aplaca y contemplo el paisaje. La carretera sigue bordeando el mar, alejándose en ocasiones, adentrándose en alguna colina, descendiendo a su nivel de nuevo, para no perder su válida referencia.

No se donde voy, posiblemente cuando llegue lo sabré, tampoco la distancia, que se me antoja larga. Pero no pasa una hora cuando avisto una colina, unas marismas y en lo alto abriéndose de nuevo al mar; mi destino. Atravieso un largo puente de piedra que salva la marisma, a mi derecha el mar abierto, enfilo hacia él, hacia la ciudad.

Me encantaron tus escritos, son en verdad muy bellos y con mucha sensibilidad, quiero seguir leyendote siempre.

me gusto este ultimo, pero espero el siguiente para dar mi punto de vista, de todos modos me gusta como desarrollas todo

Iremos por el v????? lo leere mas tarde. estoy ansiosa

Está en un alto, pequeña ciudad, tiene el sabor de lo viejo, minaretes, plazoletas, el zoco, y la plaza mayor. Porticada, como una plaza de castilla. Busco el mar, veo su puerto y más a lo lejos un faro, blanco con franjas rojas. Parece llamarme, así que busco como llegar a él.

Me pierdo en el callejerío indolente. No hay manera de avanzar, sin querer me he acercado a la plaza del mercado y los productos se extienden a mi alrededor, amontonados, deslavazados. Griterío de vendedores y vendedoras, carros tirados por mulos apestosos y gente, muchísima gente.

Tardo tanto tiempo que ni siquiera me molesta esperar, sonrío ante tal confusión y alguien me devuelve la sonrisa con unos dientes de un blanco de perla.

Salgo aliviado del barullo. Pregunto por el faro y alguien acierta a explicarme como llegar, tomo el camino y entre asombrado y desconfiado llego hasta el pie del faro. Me acerco y el hombre se aproxima a mí con andares cansados, la mujer lava la ropa en un fregadero y unos niños sucios corretean. Me fijo que ella lleva atrás un fardo anudado, es un bebé.

El hombre se dirige cortésmente a mí y logro entender que no está permitido acercarse. Es el farero, afable y campechano hablamos algo, sabe suficiente español para hacernos entender. Al final, entablada una precaria amistad y con los niños saltando a nuestro alrededor, logro que me deje subir. Se lo agradezco como debe ser, mi dinero cambia de mano, con la disculpa, por mi ofrecida, de que compre chucherias a los niños.

Me dice que suba solo y que tenga cuidado con la cabeza.

El sube todos los días demasiadas veces y la verdad comprendo que no quiera acompañarme. Una eterna escalera de caracol, desgastada por el uso, me va subiendo, la luz de ventanucos es la única iluminación en ese tramo. Sin aliento alguno llego a la cima.

Destartalado, antiguo, pero limpio y cuidado. El faro es una reliquia, con sus interruptores de baquelita, sus relés y diodos a la vista de un cuadro de mandos sencillamente genial.

Salgo fuera. Y me quedo sin aliento de nuevo. El paisaje que contemplo me deja completamente extasiado. Estoy sobre la cima del mundo y domino todo él. Soy un rey en su torre de cristal. Mis dominios se extienden hasta donde alcanza la vista.

Mi vista alcanza un vasto horizonte. La costa recortada, verde contra azul. Bajo mis pies puedo ver que estamos encima de una cornisa que cae a pico al mar. Hasta el puerto de la ciudad, la costa es lisa, llana, pero el refugio del puerto inicia una nueva orografía, levantándose en acantilados que se cortan en el azul de un mar inmenso.

La vista es tan hermosa que hace daño pensar en abandonar la atalaya. Quiero quedarme allí, poder memorizar cada detalle, cada curva, risco, roca, cada pájaro, cada brizna de hierba, cada trozo de musgo. Detengo el tiempo...

El movimiento se ralentiza, el vértigo de la altura no es nada comparable a este nuevo que me invade. La cuasi comunión con lo que me rodea, esa mística de la comunicación parece real en este momento. No miro, cierro los ojos y respiro profundo. Pocas veces volveré a sentirme en paz, tan en paz como en ese breve lapso. Rodeo la linterna, para abarcar todo lo posible. Veo la ciudad a mis pies, el mar a mi espalda y todo parece estar en calma, orden que puedo alcanzar si extiendo mis manos. No hay nadie en mi universo. Me dejo llevar por la fantasía de ser el único. Y me vuelve a envolver la sensación de armonía.

De pronto me urge bajar, salir de allí. Así que dividido, bajo las escaleras, estoy como agotado, como si hubiera hecho un esfuerzo titánico. No es el ejercicio de subir las escaleras y bajarlas…no, es un cansancio psíquico.

Me despido del farero, su mujer no está a la vista, pero de todas maneras, no es fácil presentarla mis respetos, ya que no se acercaría a nosotros. Tampoco veo a los críos. Voy caminando hasta mi coche. Me siento dentro e intento recuperar un cierto equilibrio. Cierro los ojos. Logro el control sobre mi mismo. Y arranco. Vuelvo hacia la ciudad.

Ya el mercado está menos poblado, así que en una de sus calles aledañas, logro aparcar. Entro en él. Parece el claustro de un convento. Quizá lo fuera en sus días. Ahora los puestos se distribuyen en él, dejando el centro casi vacío, buscan refugio en sus arcadas. Camino y curioseo, sobre todo el pescado. Me encanta pasear la vista por esa parcela del mercado. Los platas y azules, los brillos y mates, naranjas, rojos, las formas retorcidas, amontonadas, confundidas. Identifico, busco nombres a los que no conozco. Y me lleno del olor, del mar, de la vida y de la muerte.

En una zona veo piletas de agua con angulas, vivas…es el producto estrella de la ciudad. Una riqueza incierta. Caprichosa. Tanto como las tormentas que mejoran su pesca. Manjar de otros pueblos, ya que su precio es prohibitivo. Veo como culebrean, se confunden en una masa de transparentes gusanos, algunos veteados en plata o otros rojos con puntos negros que marcan sus ojos.

Camino hacia la calle, y veo llegar carros con más pesca…la hora no es la más adecuada para llevarlo a la venta a si que me imagino que no se venderá aquí. El hielo vuela en paladas desde la puerta verde de hierro…

He llegado a la plaza, esa plaza porticada, al estilo de las plazas Mayores Castellanas, empedrada, en sus soportales hay innumerables cafetines y restaurantes, con sus terrazas y sombrillas. Justo en la esquina un arco marca la entrada a una callejuela, parece ser la Medina, así que curioso me acerco, es estrecho y el paso es difícil con tanta gente saliendo y entrando.

Efectivamente es la Medina y me dispongo con infinita paciencia a soportar el caos. No hay nada como una medina para perderse. Las referencias no valen, se pierde uno en un mundo diferente. Los gritos, los olores, los colores. La sensación de inseguridad, de pérdida de referencia con mi mundo ordenado.

Todo eso hace que las horas pierdan su sentido al adentrarte en ella.
No es una excepción, ni otra más. Cada una es distinta. Sus zonas umbrías de callejas estrechas, en las que sorteas basura o cachivaches. Sus plazoletas invadidas por cajas de galletas, zapatos amontonados o libros. Libros que al cogerlos resultan extraños, el lomo en le lado contrario. Intentas entender las hormigas escritas, lo dispones al revés, para poder pasar sus hojas. Hasta que comprendes que ellos leen al revés que tu, que escriben de derecha a izquierda. Comprendes que no es comprensible, que te supera su cultura. Comprendes que la edad media se forjó en sus manos. Que tú fuiste fruto de su extrañeza.

Y miras lo que ahora son, con la sensación de haberlos traicionado.

Vago por las calles, sin rumbo, curioseo sin mostrar demasiado interés por nada en concreto. Si me paro los vendedores se acercan solícitos. Me ofrecen sus productos, con un “lah, shucram” (no gracias) les desánimo a continuar. Si les dejo hablar me pondrán el artículo en las manos, para que me lo lleve.

No es fácil moverse entre tanta gente y a veces las calles estrechas son infranqueables. Mujeres vestidas con trajes blancos y rojos, tela típica de las mujeres del campo, con amplios sombreros de paja, rematados con pompones de azul, y rojo. Todas con atados a sus espaldas y pañuelos que ocultan sus cabezas. Mujeres con velo y candoras grises, pasean sus miradas, algunas, las más mayores, llevan en la frente un tatuaje azul.

Los hombres charlan y fuman, algunos compran con grandes aspavientos y entre gritos. Discuten precios, se dan la mano que rápidamente se llevan al corazón. El trato se ha cerrado.

No se cuanto tiempo transcurre en esas calles, tampoco importa. Al final salgo a una plaza, hay una antigua Iglesia, medio derruida, resto de la época colonial. Toda esta zona estuvo ocupada por Francia y España que se repartieron el territorio. No estoy muy seguro bajo quien estuvo la ciudad, creo que fue Española, pero me puedo equivocar. Ahora puedo ver que la iglesia se ha transformado en una escuela coránica.

La plaza, da a un corte que domina los barrios, que por su aspecto, son de pescadores. Barcas varadas en el barro de la marea baja, y redes extendidas colgadas de palos. Me siento a descansar, y veo a unos niños jugando a la pelota.

No se muy bien donde he dejado mi coche, así que vuelvo a caminar, solo que no quiero entrar en la medina. Me pierdo por las calles más nuevas, hasta que desemboco en la Plaza. Mi estómago me indica la hora. Y me acerco a un restaurante, pregunto y me siento, Cous-cous y té. Demasiada comida para mí. El camarero se muestra preocupado por que no he acabado el Tallín, le hago gestos ostensibles de mi hartazgo. Y trato de disfrutar del sol que me envuelve en sopor.

Empiezo a pensar en la vuelta. No me apetece volver. Quiero perderme en este país. Perderme en él. Retroceder en el tiempo con él. Vivir al ritmo de los sin prisa. Recuerdo al vendedor de alfombras, aquél que encontré dormido en su tienda “La prisa mata, amigo”, me dijo al despertar con su mirada legañosa. Dos horas menos que en mi país, pero parecen dos horas que nunca pasan, que se hacen eternas detenidas en la lentitud de los pasos. El ruido de la gente que se agolpa en las calles, que se echa a andar, a pasear. La vida fuera, el atardecer de cantos en los minaretes, la oración de la mezquita, con las filas de zapatos abandonados a la puerta. Los mendigos encapuchados de blancos ropajes. Que esperan a sus puertas el cumplimiento del rezo y la limosna.

El olor de las cenas, quizá una Harira que hierve en las grandes ollas que se exponen en las calles, o una cabeza de cordero asada que venden en la carnicería, lista para comer, envuelta en papel de estraza, cambia de manos por pocas monedas. El humo del anafre, y un cartón que lo aviva, filas de pinchos, amarillos, especiados de picante y verde. Olores de especias, de cannabis, de naranja…olor de suciedad contenida. Colores de genna en unas manos femeninas. Pelos rojos, pies rojos tatuados.

Todo me viene a la mente, y me siento a gusto. Pero me acucia volver. Se que la noche no es buena para conducir. Así que me encamino a mi coche. Salgo despacio a la carretera y emprendo una vuelta deseada y aborrecida. Inseguro y con prisa acelero.

Estaba de vuelta, demasiadas horas solo. Canturreando en el coche y maldiciendo a los conductores que como locos me adelantaban. Un poco harto de tanto tráfico y con ganas de llegar. Había elegido la carretera del interior, pensando que sería más interesante el cambio. Lo único que logré fue un atasco a la entrada de Tetuán y otro a la salida del M´diq con el cabreo consiguiente.

A mitad de camino, dejando las urbanizaciones detrás, controles de la Guardia Real, me dejan pasar al ver mí matricula, pero a los de su propio país los hacen bajar todos sus cachivaches, para ver que llevan o para conseguir una mordida.

Llegar a la frontera, con sus tierras rojas, su algarabía de taxis azules, sus mendigos lisiados o los vendedores de mascotas, tortugas y camaleones en su mayor parte, pero todos animales prohibidos, por estar en peligro de extinción. Es la locura.

Parada en el control de pasaporte, siempre la misma cara de haba del Mehani mira y remira las páginas manchadas de estúpidos sellos, buscando el último, que casi nunca encuentra. Miro al frente para ver como está la de mi país, los peatones se agolpan en tierra de nadie, algunos no entrarán…

Me dejan pasar sin más problemas, y entro en mi ciudad. Se ve sucia en este lado, el vado que han puesto para desinfectar las ruedas de los coches, con el fin de prevenir la fiebre aftosa, hace que la entrada sea todavía más desoladora. A mi lado la playa recuperada para la gente, acaba en alambradas.

Me alejo de la frontera, de su suciedad y de los olores que me han acompañado. Se diría que he entrado en un lugar aséptico en comparación.

Hastiado con ganas de volver a mi casa, a mi intimidad, a mi cama, deshago el camino que me lleva a ella.

Aún recuerdo mi llegada aquí, 9 años antes. Había pasado unos días en la Costa del Sol, no fueron buenos días para nadie. El levante había hecho su aparición triunfal, estaba a punto de entrar septiembre. El cielo gris, calor, arenas levantadas, polvo en el aire.

El mar con un gris claro se levantaba airado comiéndose las playas. Algunas sombrillas de paja caían con el ímpetu de las olas. Sin estar muy convencido, tomé un triste autobús para llegar al puerto. Una maleta, mal pertrechada. Nervioso y cansado, alcancé a tomar un Ferry que me cruzaría a África.

Era un barco viejo aunque adecentado, olor a gasoil y brea. Con un toldo verde que te tapaba del sol y una bodega infecta y maloliente. Los ojos de buey empañados del salitre y la suciedad no permitían ver nada. Pasé la travesía en la cubierta. Aburrido, todas mis sensaciones eran de hastío, una parte de mi quería volver. Había dejado los fragmentos de una vida rota en mil pedazos. Amor, hijos…todo estaba a mil quinientos kilómetros de mi. Y se alejaba.

La última llamada que tuve de ella, fue para decirme que me esperaba en nuestra casa. Yo tomé otra dirección. No pensaba hacerlo, pero un impulso interior, quizá la rebeldía y las ganas de aventura me llevaron a ello.

Ahora, en el barco, con la parsimonia que llevaba, el mar, sus ruidos, olores…el sueño, el leve mareo, y los nervios, no estaba tan seguro de lo que estaba haciendo. Mi determinación había enflaquecido con el paso de las horas. Pero estaba en medio del estrecho de Gibraltar, y nada podía hacer.

Dejé mi mente vagar por los últimos días en mi tierra. En la finca de Galizano había hecho algo terrible. Pero lejos de arrepentirme me detenía en los detalles de aquellos meses, saboreando las hieles de mi actitud. El refugio en el que había pasado esos meses aterradores se me antojaba el paraíso. Los brazos que me acogieron, sus besos, su presencia y su ausencia, eran algo que me perdía. Echaba de menos cada uno de sus poros. Enfermo de ella, me entraban ganas de gritar.

En mis manos seguía el libro de G.K. Chesterton que me había prestado, sus obras completas, era lo único, junto con una foto suya. No tenía nada más. Pasaba las finas hojas de biblia de aquel libro, pero no era capaz de leer nada.

Si cerraba los ojos, veía su sonrisa…si me dejaba llevar por mis ensoñaciones, me perdía en ella…Estaba completamente loco por ella. Y me alejaba. Me iba a otro continente, a buscar una fortuna que se me había negado.

Forjarme de nuevo. De una ruina como persona, quería construir un hombre diferente. Me lo debía a mi mismo. De alguna manera me había perdido. Del pasado los fantasmas querían mi pellejo, y no había en ese momento un horizonte marcado.

Estaba hecho una piltrafa. Sabía que llegar era una cosa. Pero empezar a vivir era algo muy distinto. Solo, sin nadie. Sin dinero, sin haber comido en el último día…era poco lo que podía hacer. Un número de teléfono...nada más en mi bolsillo.

Eso y la esperanza del desesperado.

Recortado en el horizonte distinguí mi destino, contuve la respiración a medida que se dibujaban los perfiles de la costa que me esperaba. La entraba al puerto fue lenta, se hizo casi eterna. Y al final, aunque como en un sueño, pisé tierra en África. Poco había cambiado, quizá la luz y el calor. Llamé por teléfono. Me vinieron a buscar. Alojamiento, compañía, alguien con quien hablar, compartir…y sueño. Mucho sueño.

Dormí, quería no despertar. Y si despertaba, que fuera a su lado. Que la luz de la ventana de la buhardilla nos diera en los ojos. Nos mirásemos e hiciéramos el amor, como tantas veces al despertar. Luego el desayuno a su lado, oyendo los perros ladrar, las gallinas que pedían su comida y salir con ella de la mano al prado, mojándonos los pies con el rocío de la mañana…las horas de espera hasta que volvía de trabajar. Las tardes en el sofá, sorprendidos de tenernos. Las conversaciones y el silencio… dormir.

Día a día fui despertando a la realidad. Puse mi cuerpo en marcha, que no mi mente.

Empecé a volver a mí. Empecé a ser yo. Poco a poco la mente y la vida se conjuntaron. Poco a poco las llamadas por teléfono se espaciaron. Las cartas se quedaron en los cajones. Ella se fue diluyendo, se me escapaba, y hubo un día que su cara dejó de dibujarse en mis ojos. Olvidé a que olía. Perdí su tacto. El invierno se llevó con su lluvia los rastros de su piel en la mía.

La distancia mató el amor. Al cabo de unos meses mi enfermedad por ella solo me enfebrecía en ocasiones. Nunca más supe de ella. Hubo una llamada. Una última, de ella. Nunca más volvió a llamar. Cuando regresé a mi tierra no la encontré. Nadie supo decirme de ella. Y al final, pensé, que igual todo aquello fue un sueño. Y que como sueño se esfumó, dejando solo un rastro de sopor.

Pero no la olvidé. Nunca podré. Nunca podré.

Apoyado en la mano y conduciendo con la otra, vuelvo a mi presente lleno de cosas importantes por hacer. Mañana la vuelta al trabajo, a su monótono trazado. Esperanzado en que la rutina alivie estos ataques de morriña. Me detengo en un semáforo. La ciudad está en calma. Es una hora tonta. Demasiado temprano para estar de juerga, demasiado tarde para estar paseando. Mis ojos se velan con el atardecer lento que abre paso a los violetas de la noche que se acerca. Miro al mar. Veo el otro lado del estrecho, recortado en un cielo que se vuelve profundo. Unas luces empiezan a brillar. Es hora de llegar. Es hora de parar.


FIN

Hola - me digo - para oír una voz distinta a la mía.
Es distinta.
Es la mía.
Rara al oírla tan falsa.
Sin convencerme a mi mismo siquiera.
¿Cómo pretendo convencer a nadie?.

Voy pisando la tierra,
Mis huellas se borran antes de que mis pies contacten con ella.
Lodo en mis pantalones.
Barro de millones de sendas pisadas.
Barro húmedo de siglos de lluvia ajena.
Mis pies salpican la hierba y esta muere.

Hubo un día, ¿sabes?,
Sí, un día en mi vida que fui feliz...
Te diré más, lo recuerdo perfectamente.
Si escarbo en mi memoria lo encuentro.
Lo he hecho otras veces...
Espera...
¿Te lo cuento?...
Sí, aquél día fue...fue...fue...????

Y tu voz.
La oigo lejana.
Te has ido.
Mirabas tras la ventana aquel día.
Desde la cama te miraba.
Al trasluz del rojo de una cortina.
Miraba tu sombra que era mía.
Y jugaba en mi mente con mis manos en tu espalda.
Me hablabas, llegaban tus palabras hasta mí.
Yo las ignoraba, embelesado por tu forma.
Ahora quiero recordar todo lo que no quise escuchar.
Más sólo me llega tu voz
Y las palabras se han perdido
Cuando me perdí en ti, sin ti.

(JLCT.Todos los derechos reservados)

Puedo ver tú cara, entregada
Me la diste sin pedirla, guardada
La tengo entre mi piel, dormida
Por la falta de caricias, soñadas
Cada noche que te tengo, extrañada
Quedas a merced de mi boca, adormilada
En mi almohada te pierdo, encontrada
La huella que en mi quedó, grabada…


(JLCT. Todos los derechos reservados)

Vete ya.
Tú que me quisiste.
Tú que en mi mirar te centrabas.
Aléjate de mí.
Vete para siempre.
Huye ya de mí.
Vete ya. Vete ya.
Que mi mirada no vea,
Que mi oído no oiga,
Que mis manos caigan,
Y mis piernas se doblen.
Que la puerta no de golpe.
Que el silencio calle.
Que la luz se apague con tu ida.
Y que no quede la huella.
Que la alfombra te lleve,
A tú país de maravillas.
Que la idea muera en mi cerebro.
Que la silueta recortada
Caiga en el olvido.
Vete ya.

Ahora que me odias.
Ahora que mi nombre maldices.
Ahora que llueve en los tejados.
Ahora que te hartaste del muñeco roto.
Ahora que caminas en compañía de otros.
Ahora que tu horizonte no tiene un límite.
Ahora que te encarnas en la idea.
Ahora que no hay esfera contenida.
Ahora que te domina la ira.
Ahora que sabes lo que supiste.
Ahora vete.

No cierres la puerta al salir,
Deja que el aire la lleve.
No recojas tu ropa,
Nunca llegó a salir de tu maleta.
No pintes tus ojos,
Ni una lágrima derramada,
Hace necesario el maquillaje.
No intentes decir adiós.
Nunca me dijiste hola.
No pienses en lo que dejas,
No dejaste nada ya.
No vuelvas la mirada,
No hay nadie que la recoja.
No busques apoyo en la escalera,
Tus puentes cayeron al crujir de tu pisada. 




De las preguntas sin respuesta,
No te preocupes, amor.
Así selladas quedarán.
Nada ni nadie sabrá,
Porque tú las formulaste.
De las cosas vislumbradas,
No te preocupes, amor.
Nadie las verá,
Porque tu las descubriste.
De las frases calladas,
De lo que quedó por decir.
No te preocupes, amor.
Nada ni nadie oirá de mis labios lo no dicho,
Eran palabras que ahora, morirán,
Y tu supiste, fueron tuyas.
De las caricias no dadas,
De los besos que ofrecí,
Del abrazo prometido,
Del deseo compartido,
De las noches no dormidas,
De los sueños sin sentido,
De las horas solas,
De las vidas y los días,
De la música y las copas,
De las risas y los juegos,
Del sexo y la lascivia,
Del pudor y del recato,
De las manos recogidas,
De la sonrisa, de la lágrima,
De los secretos susurrados,
De un milagro no vivido,
Del olor que prometiste,
Del calor que nunca diste,
De todo aquello que no hablamos
Y de todo lo que olvidamos,
No te preocupes amor.
Nada ni nadie lo tendrá,
Todo se perderá,
Como agua en un desierto,
Como arena en el mar.

(JLCT. Todos los derechos reservados)

Silencio
Es el sonido de mi corazón desbocado.
Mis horas de sueño
Son horas robadas al sentimiento
De no tener aquello que quiero.
Los días;
Lentos latires de dos corazones
Que se unen para luego perderse...
Una cuenta atrás interminable como la vida,
Esa es mi tristeza y mi alegría...
Mientras los eones desgranan su eternidad,
Mi vida se ciñe a tú cintura cierta
Y no hay más ley que tu amor.


(JLCT.Todos los derechos reservados)

Me gustaron mas los ultimos escritos,cuando los lees sientes como tu forma de expresarte de tu amada es sublime e intensa, me gusto muchisimo .
Que bueno el final del relato de tu viaje tambien estuvo interesante, pero esto ultimo me hipnotizo.
Sigue asi tus escritos son hermosos.. GRACIAS, por deleitarnos con ellos, esperamos el siguiente.

Hoy ha llovido, nueve meses después.
Llovió.
Una noche de lluvia,
En la que pensaba en ti.
Como sería vernos reflejados
En el charco impertinente.
Tu pelo empapado mojando mis manos.
Y tu cara salpicada por una lluvia ajena.
Llovía y caminamos por las calles desiertas,
Perseguidos por las gotas frías,
Salpicados por algún coche,
Maldiciéndolo.

Se colaba el agua
Por las mangas de mi mojada chaqueta,
Mis brazos en alto.
Mientras tu abrazabas mi cintura riendo.
Caminábamos saltando pozas
De un agua que era espejo.
Y nuestro aliento se perdía en volutas
Que se mezclaban con la lluvia constante.
Y tenías frío y más te abrazabas a mí.
Empapados, nos acercamos al malecón.
Las olas rompían furiosas
Y la espuma volaba en jirones.
El rumor de la mar,
Entrechocando en los bajíos,
Y las gotas que perforan la superficie del agua
Haciéndola hervir.

Ha llovido
Y las calles se han quedado silenciosas,
Se apresuran los pasos en la esquina
Y se pierde el sonido,
Confundido con el rumor de la lluvia.
Hay goteras que te mojan más de lo debido
Y hay susurro de aguas que se alejan.
Cabezas agachadas
Que se miran los zapatos mojados, embarrados.
Y un traqueteo de paraguas que se abren,
Ametrallados por las gotas inclementes.

Hoy llovió,
Y no estabas a mi lado
Y el cristal se empañó
Cómo mi mirada al pensarte.
Ha enfriado y el vaho de los cristales
Desdibuja las formas de la gente.
Ya no miro, sé que no estás,
Sé que no estarás, sé que te has ido.
Y la lluvia me lo dice en un oído,
Llegará el otoño y será invierno
Y nada habrá sido.


(JLCT.Todos los derechos reservados)

No des lo que no es tuyo.
No des lo que te di.
Quédatelo para ti.
No salgas de ahí.
No salgas de mí.
Quédatelo para ti.
No te vayas.
Sigue en mi interior.
Que los sepas tú.
Que los sepa yo.
Que solo la piel delate tu presencia.
Que sola, encogida, en mi corazón,
Escondida, te refugies.
Que nadie te toque.
Solo mi palabra.
Que a nadie conozcas.
Olvida todo.
Que nada tenga sentido.
Que todo caiga en el olvido.
Todo menos tú y yo.
Todo menos tú, amor.

Si te olvidas.
Si te olvido.
Sabrás que hubo un día,
En el que estando vivos,
Sin darnos cuenta,
Nos quisimos.
Y que las horas se marchaban a buscarte.
Y las noches se encendían al notarte.
Y no había días, ni meses.
Eran solo suspiros esperando.
Y mis dedos trataban de trazar en tu espalda,
El dibujo místico que sellara
Para siempre, lo imposible.
Y la realidad se volvía un sueño.
Y las frases que no dije,
Murieron en un beso.


(JLCT.Todos los derechos reservados)

Estos dos escritos son triste, porqué uno no se puede quedar para siempre con el ser amado, porqué sera o es que dios nos pone estas prubas?? sera acaso para hacernos mas fuertes??.
Hermosos como todo lo que haces sigue asi

Tengo que escribir algo
para que sientas lo que siento.
Mi silencio es cómplice de tu aliento.
Si he callado es por que he sentido
y ahora es momento,
momento de decir que estoy a tu lado.

Si tu ojo capta esa imagen esquiva,
que cuando fijas tu mirada
ha huido,
esa imagen soy yo
que fui a buscarte
y no te encontré.

Si por la noche tu piel siente
la caricia de una mano,
te despiertas y no hay nada,
nadie. Era yo,
que estuve a tu lado.
Mi mano rozó tu cuerpo,
y ante tu sobresalto escapé.

Si durante el día tu oreja enrojece,
notas un calor extraño,
no lo dudes,
fueron mis labios
que rozaron tu lóbulo,
y besándote susurraron
un te quiero,
robado al aire.

Cuando el sueño
entra en tu habitación,
la consciencia te abandona,
ha dejado de calentar el sol
y el silencio
es la excusa para la risa,
la realidad deja paso a la ilusión...

(JLCT.Todos los derechos reservados)

Me gustaría escribirte algo hermoso.
Algo revelador, algo curioso.
Algo que pudiera dar la pista,
De lo que se esconde en mi sonrisa.

Al menos rozar, siquiera,
La superficie del sentimiento.
Expresar la sangre que golpea en mis venas
Movida por la inercia del tam tam de mi tambor.

Hermoso no por lo dicho.
Algo que al leer rompiera hielos y cristales.
Sobrepasando pantallas, protectores, muros y setos
Una algo que hiciera posible la comprensión.
Que el que lo leyera tuviera en si la idea.
Ese algo qué el que escribe, persigue.
Algo hermoso y destructor.
Destructor de todo lo inútil.
Lapidador de la propia palabra incontenida
Enterrador de las sutilezas vanas.

Revelar en las líneas,
Las marcas digitales que dejaría en la piel,
En una caricia perdida.
O mostrar, quizá la sonrisa en el hilo de las palabras
Y que las oes fueran mis ojos al mirarte sorprendido ante tú belleza
Y las aes fueran solo escritas para la palabra amor
Dejar la e en la boca entreabierta, preparada para el beso.
Y la u sólo para tú universo.
La i que fuera continua continuación de tu presencia.

Perseguir en cada palabra su fondo,
Y así darte todo aquello que no puedo.
Darte la parte de mí que escondo.
La que me quedo.

Cambiar los colores de la vida con solo nombrarlos.
Una paleta de pintor que se dibuje en los párrafos.
Para que a nuestro capricho los días se pinten.

Me gustaría, que una vez escrito,
Todo ello tomara vida propia,
Meterme entre líneas
Saltar de las palabras a tu cuello.
Descolgarme en una g para agotarte,
O encaramarme en una b para besarte…

Me gustaría tanto escribir algo hermoso.
Que quedará marcado a fuego en tu memoria.
Sin más artificio que la palabra,
Sin más condimento que su esencia pura.
Me gustaría.

(JLCT.Todos los derechos reservados)

Claro que todo lo que escribe se queda clavado en la memorias de todos tus lectores creeme y yo me incluyo en ellos.
Y el de tu amada mas, pues con tus escritos a cualquiera haces volar la imaginacion con cada palabra de estos.
Sigue asi lo haces muy bien!!!

Otra noche sin ti
Esperando que me lleves
Intentando entender
Lo que intento
Otra noche en la que tu sonrisa
Se cuela de rondón en mi mirada
Tú respiración, intuida
Recoge mi ritmo.

Sin ti, contigo
Presente en cada acto
Pensamiento, sueño…
Contigo, sin ti
Echando de menos
Hasta lo que no tuve

Mi vida respira
Un aire de soledad
Marchita y ajada
Se me va en el aliento
En la tristeza de no verte
Y en la necesidad de tenerte

Otra noche sin ti
Esperando a que llegues
Intentando comprender
Por qué la pretensión
Otra noche sin tu risa
La que me invade
Me falta
Ni respirar puedo
Y me pierdo
En otra noche sin ti…


(JLCT. Todos los derechos reservados)

Tengo la emoción
Que no contengo
Has venido a mi encuentro
Y la vida se ha vuelto Del revés
Las cosas son
De la luz y del sol
Ya no hay noches eternas
Hay amaneceres constantes
Y el rocío es una sonrisa
En el envés
De tus hojas.
Me rendí
Y equivoqué el camino
La luz del faro
No dejó ya más dudas
El rumbo era el verde
De tus ojos reflejados
Ahora levanto la vista
Mi cabeza ya no se hunde
Y mis piernas son pámpanos
En un otoño
Fuera de fechas y estaciones
Reverdecen
Y el invierno ya no asusta
Y el calor ya no se escapa.
Mi sangre que fue agua
Se espesa en la espera
Y el latido no es un ruido
Es una música
La del amor
La de la verdad
Hoy es mañana
Un mañana supeditado
A el sentido del sentimiento
Abrí mi pecho
Y no quiero cerrarlo
Hasta que en él
Encuentres el refugio
Que tú construiste.

Ven.


(JLCT.Todos los derechos reservados)

Hermoso la exprecion de tus palabras cada una es una invitacion a seguirte leyendo y hechar a volar la imaginacion.
la forma como describes tus el dia,la sonrisa todo tu , como quieres que sea mequedo sin palabras.
G R A C I A S por tus escritos y mas por los de este aspecto...

Llegaste sin saber
Que traías el viento
Enredado en tu pelo
El fulgor de un verde rayo
En tus párpados escondido
En tu boca la lluvia de un beso
Y en la perla de tu risa
La calma que pierdo
Y el cielo se hizo
De algodones y besos
El sol se asomaba
Y no quiso verlo
Huyó colorado
Y vino tu viento
En el aire quedaron
Olores del tiempo
Y las horas se fueron
Entre caricias sin cuento
Y toda luz se centraba
En la celda de tu cuerpo
Tanto viento contenido
Tanta agua, tanto rayo
Tanto trueno...
En la noche no dormida
Fundida en mi cuerpo
Fuiste tempestad
Fuiste el fuego
Fuiste el viento

Ahora la calma
Sólo se para ante tu puerta
Y me abandona la tormenta
Busco en esta tierra árida
Un poco de lluvia
Algo de ese viento
Un fulgor, acaso un reflejo
Y salgo a la calle
Y no hay hojas en el suelo
Todas las llevaste
En esa noche
En la que sellamos
El pacto de sangre
Firmado en el viento
Jurado entre rayos
Bautizado de lluvias
Reafirmado en el trueno.

(JLCT.Todos los derechos reservados)

Me miras y eres el haz
Verde luz de mi sol
Hay un calor en mis labios
Y una certeza en mis ojos
Los tuyos.

Contengo lo que no retengo
La idea se va al encuentro
De tu vida
Y suspiro al enterarme
De tu existencia
De ti : mi vida

Lograrás encontrar
La vena en que desangrar
El amor que me atenaza
O quizá te marches
Sin sentir que mis pasos
Quisieron tenerte contenida
En un silencio de miradas
En un mar de salivas

No es trabajo ni mentira
Es mi alma que suspira
Mi corazón enfermando
Mi mente que imagina
Son tus labios
Son tus ojos
Son las cosas sabidas
Son las horas que no tengo
Son las lágrimas vertidas
Esas que no viste
Y que supiste besar
Así lo sentí mi vida

Ahora quisiera, tener
Tener una lágrima mía
Tuya en mi mirada
Tuya por ti
Por ti amor.
Luz de un sol
Luna ya atardecida.


(JLCT. Todos los derechos reservados)

A mi mismo:

Hoy cuando llegues a la entrada de tu casa,
Deberás cerrar ya el paraguas,
Olvidas tantas cosas…
Deberás estar pendiente de que al tomar el ascensor,
Pulses el piso correcto.
Abre la puerta con cuidado,
Y solo cuando el ascensor esté parado.
Al acercarte a la puerta de tu domicilio,
No se te olvide tener las llaves en la mano.
Escoge la más grande,
Esa plana de color dorado
Y de manera que entre en la ranura
Que tiene el bombín de la cerradura,
Gírala, y cuando notes un chasquido
Significará que la puerta está abierta.
¡¡¡Olvidas tantas cosas!!!.

Cierra la puerta,
No la dejes nunca abierta,
Pueden entrar ladrones a robar lo poco que tienes.
Deberás llegar al dormitorio,
Colgar la chaqueta que ahora llevas puesta,
Ponte algo cómodo y pon tú música,
La que te suele apetecer.
Olvidas con una facilidad pasmosa…

Dispón todo como casi siempre,
Haz tus cosas,
Deberías leer un poco el dossier
Ese que te amarga,
Tendrás una reunión y no estarás preparado.
Recuerda,
Por que olvidas casi hasta como se debe andar,
Que tienes un ordenador.
Conéctalo, ya sabes donde,
Arriba a la izquierda, el botón azul cobalto.

Siéntate, ponte las gafas
Y en el icono de conexión a redes pinchas,
Una vez es suficiente.
Ahora estarás en internet,
No debes olvidar que puede que hayas olvidado algo,
Pero eso es normal.
Todos olvidamos algo alguna vez,
Solo que tu eres un poco cabeza de chorrolito,
Olvidas hasta como masticar el chicle.
Así es que para recordar lo que debes hacer hoy,
Escribe estas líneas,
Empezando por:


A mi mismo:

Hoy cuando llegues a la entrada de tu casa,
Deberás cerrar ya el paraguas,
Olvidas tantas cosas…
Deberás estar pendiente de que al tomar el ascensor,
Pulses el piso correcto.
Abre la puerta con cuidado,
Y solo cuando el ascensor esté parado.
Al acercarte a la puerta de tu domicilio,
No se te olvide tener las llaves en la mano.
Escoge la más grande,
Esa plana de color dorado
Y de manera que entre en la ranura
Que tiene el bombín de la cerradura,
Gírala, y cuando notes un chasquido
Significará que la puerta está abierta.
¡¡¡Olvidas tantas cosas!!!.


(JLCT. Todos los derechos reservados)

Ayer salté para coger la luna.
Para alcanzarla y rodearla con mis brazos.
En el salto perdí el pie.
Al caer me zambullí en el lago de su reflejo.
La pálida luz me envolvió.
Sin querer, me quedé contemplándola.
Pero ella al notar mi mirada,
Huyó tras la montaña.
Todo fue oscuridad
Y el lago era un pozo negro
De desesperación y ansiedad.

Mis brazos forzados,
Doloridos por el esfuerzo,
Se negaron a responderme.
Al llegar a tu lado, no pude abrazarte.
Me miraste extrañada.
Me volviste la cara,
Al verme manchado con la plata de su luz.
Te alejabas y mis brazos
No se movieron para detenerte.
Mi voz no salía de mí,
Afónico por el frío de las aguas.
Mis piernas no quisieron correr.
Te fuiste, huiste tras la montaña.
Todo fue y nada quedó.

Ayer me encontré con el sol,
Se debatía con las sombras.
Su fulgor me cegó.
Le quise preguntar, que me dijera.
Callado miraba la tierra.
Los vientos trajeron nubes de tormenta.
Cubrieron su cara
Y un frío inclemente segó la hierba.
La lluvia golpeaba mi rostro,
Que se volvió acerico de mil abejas.
Los truenos apagaron mi voz entrecortada.
El relámpago tejió una telaraña de miedo.
Busqué refugio en la mar.

Sus voces eran olas,
Y la espuma su saliva.
En las rocas se encontraba con la tierra
Y protestaba su dureza.
En el juego del reflujo
Se escondía algún tesoro.
Y ni el lucero ni la sima profunda
Quisieron ayudarme.
No había cantos de sirena que escuchar
Y la música solo era
La de su ser embravecido.
Me quedé esperando que ella
Me trajera la noticia.
Al pie del acantilado,
Me saludaban los albatros.
Y las nieblas se arremolinaban en mis pies,
Para besar mis cabellos.
Fueron mi sudario y mi desesperación.

Solo después de la hora en que el mundo
Deshace el camino del carro de fuego.
Solo entonces, me volví.
Anduve por los caminos
Sin saber que rumbo elegir.
Llegué al lago,
Miré a la montaña,
Al reflejo líquido de su espejo.
Desnudo caminé
Y me encontré con el agua.
Sumergido dejé que me abrazara.
En su abrazo me fundí
y no quise nada más
Que la compañía de su náyade.

(JLCT. Todos los derechos reservados)

¿Me equivoqué al sentir…?

Dime que si
Cuenta en tu silencio que no debí
Háblame para acallar
La sensación de no vivir
Mata en mí esta semilla
Destroza las horas que me quedan

¿Me equivoqué al decir…?

¿Dejé de decir algo?
¿Hice omisión de alguna parte?
¿O dije demasiado
Y desnudé lo que no debí?
Enséñame aquello que viste
Eso que te asustó
Lo que me mató…

Me equivoqué al vivir…?

Dime si debí morir
En la hora que tú mandaste.
Si segar mi existencia,
Negarme,
Hubiera ayudado al fin.
Sujeta en tú puño
Mi corazón que aún late
Mata lo que queda de ti
Mata lo que queda de mí…

(JLCT. Todos los derechos reservados)

Alguna vez pequé
siempre lo sé
arrepentirme quise,
no lo logré

Alguna vez falté
a la verdad, mentí
callarme intenté,
no lo logré

Alguna vez, confieso
que la vida me dio
más de lo que pedí,
regalarlo pensé
no lo logré

Alguna vez amé
y el amor pasó,
amar más pretendí
a costa del porvenir,
no lo logré

Alguna vez odié
y el odio quedó
amar me esforcé
no lo logré.

Alguna vez morí
muerto callé
vivir, grité
nadie lo oyó,
no lo logré.


(JLCT. Todos los derechos reservados)