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Mensaje  Helena Sáb Feb 22, 2014 7:58 am

TORNADO

- ¡Por Dios la ventolera grande que pasó por aquí ese verano! Yo creo que fue un tornado. Acá los entendidos en anunciar el tiempo se guiaban por el dolor de huesos o el olor o el calor del viento. Si el aire era frío, señal que no llovia; pero si olía a pesebrera caería rabiando el aguacero.. Pero ese viento nadie lo pudo anunciar porque los tornados son desconocidos por estos campos.
-Yo creo que solo fue tormenta, Margarita -repliqué.
-Pero tormenta común y corriente tampoco, Elisa.
Fíjese usted que el vendaval ni los queltehues lo anunciaron ¡y esas avecitas nunca se equivocan! Por aquí pasó bramando como toro en celo, se llevó medio tejado de esta casa y arrasó con cuanto techo de paja encontró en su camino ¡no ve que la naturaleza no respeta ni al pobre ni al rico!

La gente quiso encender cirios de cera pero el viento los apagaba, entonces echaron a quemar en los rescoldos de los braseros ramos benditos trenzados, que habían repartido el Domingo de Ramos anterior, se ve que de la pura impotencia..Y en el pueblo daba mucha compasión ver, por los suelos, la Bota verde de la zapatería y la Bola de oro de la mercería.

¡Hasta la cruz de la Catedral quedó torcida para siempre! Bueno, para siempre para siempre, no. Se le hizo arreglo cuando empezó a mandar Monseñor Valdivieso. Pero el santo obispo Larraín, que reinaba en tiempos del tornado no quiso que la compusieran, dijo que era bueno que el cristiano recordara las iras del Señor. Bueno, lo dijo por eso de los diezmos y primicias. ¡Que solo los pobres cumplían con sus obligaciones y que los ricos se hacían los tontos lesos! Tal cual lo dijo. "Aplaca Señor tus iras" gritaba doña Doralisa, su abuela, cuando vio que las tejas de su casa volaban como palomas de campo, que ha de saber usted son más raudas que las de la plaza del pueblo.

A mi me contaron, yo no lo ví en persona, que al niño menor de los Meneses, el que vestían de Lourdes por su mala salud, de blanco con cinto celeste, se lo llevó el viento esa tarde y lo dejó colgando de un sauce, pero bien vivo, nada más que un poco asustado. Harto estropicio causó el tornado, muchas lamentaciones quedaron dando vueltas por el aire, un largo tiempo. Por las pérdidas, claro.
- ¿Y fue entonces que pasó lo de la Nana Luisa?
-Si pues, entonces fue que conoció al hombre del bigotito.
- Ese hombre se vino a refugiar aquí por el tornado?
- Si. Aquí vino a pedir albergue, Elisa.

Yo lo miré con malos ojos desde el comienzo. No sé por qué algo me dijo que el tornado no podía traer nada bueno a la casa. Pero no no se le pudo negar resguardo a ese ser, porque eso no se hace. Y fíjese, que yo todavía no había visto la culebra... y deconfiaba.

Ahí estaba guardada en su canasto. Pero Luisa no hizo más que ver al hombre y empezó a gustarle, las dos cosas al mismo tiempo. Después del temporal todo el mundo afanaba para componer tanto destrozo. El hombre también ayudó, pero más que a nadie a su Nana Luisa. Claro, porque era la más jóven de la sirvientas de esta casa.

Había llegado de Vega de Salas con Doña Doralisa. Ella la trajo de allá cuando fue a las Misiones con los padres Salesianos. La conocíó recién nacida. En us brazos fue bautizada, por eso la familia la entregó tan confiada a su madrima. Acá se la cuidaba muy bien de tentaciones, Pero, Luis Manriquez se llamaba, era persona de muchísimo argumento.

Cuentan que la mañana del tornado, apareció debajo del sauce, frente al camino y al otro lado de la capilla. La maleta que traía, estaba abierta y descansaba en un atril de madera con huinchas de tela firmes. ¡Y el canasto abierto y la culebra, figúrese...en el cuello del cristiano! Bueno, no sé si era cristiano, lo digo por la costumbre.

Se empezó a juntar la gente, el aburrimiento del campo es cansador a veces. Luis Manríquez gritaba; ¡Señoras y señores, acérquense a ver esta boa del Brasil traída directamente desde allá por medio de la aviación! Yo me acerqué con recelo, Elisa, recelo del animal ponzoñoso, claro. Bueno, por aquí se ven culebras, pero tan grandes como esa nunca jamás.

Estuvo mucho rato Luis Manríquez con el cuento de la culebra y después vino el negocio mismo. Empezó a decir, con voz más musical y melosa:
-"Yo no vengo aquí a vender ¡Vengo a regalar! Acérquense a ver estos lindo relojes de Orolux, un metal muchísimo más fino que el oro. Este metal ha sido descubierto en Magallanes por un indio alacalufe de nombre Anak. Vengan señoras y señores, pueden tocarlo, por la mirada no cobro, y por cien pesos solamente, usted se lleva este precioso reloj de Orolux, un metal muchísimo más fino que el oro, descubierto recientemente en el....".

A mi me aburrió la canción, como se dice, saqué cien pesos del bolsillo de mi delantal y le compre un reloj, sin acercarme mucho por miedo a la culebra, claro.
- ¿Y cuándo empezó a rondar el charlatán a la Nana Luisa?
- Cuando, por compasión de la patrona, el hombre se vino a hospedar a la casa. Yo empecé a ver sombras en el jardín por las noches, y suspiros y jadeos se escuchaban. Una tarde, a la hora del calor, me asomé a su pieza para conversar con ella, pero no la encontré. Más tarde llegó a la cocina a tomar agua, venía sumamente sofocada y colorada, se ve que venía del trigal, la delataron el color de la cara y la paja que traía en el delantal.
- ¿Y usted no le llamó la atención Margarita? ¿No la alertó del peligro que corría? -dije
-Y para qué, dígame usted, si el amor tira más que una yunta de bueyes.

Él la fue enamorando de mala forma, con sus palabras, que le sobraban. Su Nana Luisa, habalaba del bigotito fino que llevaba el hombre, y de su elegancia.

Yo elegante, nunca lo vi, porque estaba acostumbrada a elegancias mayores. El patrón mismo, su abuelo Elisa, que se mandaba a hacer trajes a su medida con un sastre francés de la capital, gastaba corbatas de seda de gusanos chinos y botines de cabritilla que daban gusto.

Al hombre de la culebra, que en mala hora llegó por estos lados, se le veía limpio y planchado, pero la chaqueta y el pantalón era más cortos que lo acostumbrado. De las corbatas mejor ni hablar ¡Totalmente floreadas! ¿ Dónde se había visto cosa igual por estos campos? Si yo en un principio creí que era un "colipato", disculpe la expresión, Elisa.
- ¿Y cuanto tiempo se quedó el hombre en la casa, Margarita?
- El tiempo suficiente para crear consecuencias, pues.

En cuanto su Nana Luisa perdió la alegría, el hombre desapareció... al mismo tiempo que se me empezó a desteñir el reloj de Orolux. Fue tanto el apuro por irse, que se le olvidó la culebra, se ve que del remordimiento, si era capaz de sentirlo.

Lo cierto es que ahí quedó botado el canasto, en el corredor que da al jardín, con la alimaña del Brasil adentro. yo no supe por qué nadie se hizo cargo de la bestia, y como siempre, tuve que ocuparme yo de ella y llevármela a la cocina para que no se entumeciera. Dicen que las culebras pasan mucho frío siempre.

La empecé a alimentar con leche porque sabía, de oídas, que ese sustento era muy de su gusto. Y de tanto alimentarla le fui tomando cariño. Tanto fue el cariño que le puse de nombre Bonifacia. Fue en recuerdo de una tía mía, por parte de madre, que Dios la tenga en la Gloria. La pobrecita era era tan chica y flaca, por la misma debilidad que dá cuando no hay mucho que comer, que cuando caminaba parecía más bien que reptaba. Mi tía Bonifacia falleció atropellada por un caballo espantado, se conoce que el caballo no la vio.

En mala hora me vine a encaprichar con la culebra Bonifacia, porque cuando más la estaba queriendo, a doña Doralisa se le metió en la cabeza que mi pobre culebra asustaba a los niños de la casa. Solo porque de vez en cuando, por travesura o por frío, se metía en la camas de las criaturas, y más de algún melindroso se sobresaltó.

Entonces discurrí de regalársela al boticario del pueblo, para que la pusiera en la vitrina y así podría ir a verla de vez en cuando. Don Luis Alvarez, propietario de la botica La Salud, le tomó cariño a la Bonifacia ¡por los graciosa que era! La llevaba a tomar helados, dos veces al día, donde el italiano de la heladería Polo Sur, los de canela y bocado eran sus favoritos.

Un año más tarde al señor boticario le bajó el arrepentimiento de haberla recibido, dijo que le ocasionaba mucho gasto, ya que aparte de los dos helados diarios, se comía dos ratones vivos. El ratón muerto no le apetecía.Estos animales perjudiciales encarecieron mucho su mantención, porque los chiquillos del pueblos abusaron con el precio: diez pesos cincuenta por cada ratón vivo para la Bonifacia. ¡Con lo que valía la plata en ese tiempo! El señor boticario me mandó llamar con el cartero que llegaba al campo y me dijo, de muy buen modo, eso si: le agradecería que se la lleve de vuelta porque es muy caro alimentarla.

Yo se la recibí con mucho agrado y doña Doralisa no tuvo mas remedio que aceptarme con ella. " Si usted no permite al animalito se tendrá que buscar otra cocinera -le dije, con el debido respeto". " Está bien Margarita, pero de la cocina la serpiente no sale" - me contestó. Así fue que me quedé con la Bonifacia en la cocina. Del puro gusto por su regreso le hice un cojín de sarga de seda color azul pavo real, relleno con plumas de pechuga de ganso. Y le bordé una "B" con hilo de seda color amarillo oro ¡para su propio lujo!
-¿Y qué más se le quedó olvidado al charlatán, Margarita?-pregunté.
-¡El niño, pues! Lo parió su Nana Luisa ocho meses después, y que si al angelito le hubiesen puesto bigote, igualito al padre culebrero se habría visto.

Contenta se puso de nuevo Luisa porque, después del abandono, se le pasó la pena con el nacimiento del niño. Luchito Vásquez Vásquez- así fue inscrito en lo civil y lo sagrado- creció gordo y robusto con la leche gruesa de su madre ¡y el cariño que lo tenía de sobra! Ella seguía con los trajines diarios y cuidando a su hijo. La calma del campo los vio crecer a los dos porque Luisa estaba recién a punto de cumplir quince años. Fue por ese tiempo que nació usted, Elisa, y como Luisa tenía ya experiencia con la crianza fue designada por doña Doralisa: niñera suya.

Tres años la cuidó a usted y pudieron ser muchos más si no se presenta de improviso: la Tos Convulsiva. LLegó del pueblo y causó mucha preocupación, acá en la casa y sus alrededores, llegando hasta la montaña. Los niños echaban el pulmón afuera tosiendo sin parar. Se agotaron la miel, los limones y los paltos quedaron totalmente ralos porque se hicieron cientos de infusiones con sus hojas. El tilo, la borraja y la tortilla de culle se mezclaban con unas gotas de aguardiente y mucha agua caliente, eso se les daba a beber a los niños, para que sudaran. Todo eso para ver si salía con la sudada el maligno microbio para afuera. Era un bicho muy escondido, dijeron que no se veía a simple vista sino con vidrio de aumento.

En la capilla se rezaba diariamente, con mucha devoción, la Novena de San Roque, patrono de los apestados; pero recién a la tercera Novena el santo vino a responder. ¡Y el remedio para la tos llegó! No llegó de la botica de don Luis Álvarez, lo trajo: Pedro Santana.

Apareció el hombre una mañana, muy fría, debajo del sauce frente al camino, al otro lado de la Capilla, con una maleta abierta que descansaba en un atril de madera con huinchas de tela firme. Se empezó a juntar la gente, por el aburrimiento del campo. Pedro Santana gritaba: "Señoras y señores yo no vengo a vender, vengo a regalar, este maravilloso jarabe para la tos llegado al puerto de Valparaíso, directamente desde el Mar del Caribe, en el vapor de bandera panameña de nombre Solymar. Este jarabe, de nombre Aliviatox, contiene un extracto muy concentrado de baba de caracol de esos lejanos mares, mezclado con jugo de mangos, guayabas y maracuyá, rarezas tropicales que han aliviado la Tos Convulsiva de millones de niños desde Alaska al Cabo de Hornos. Por solo veinte pesos, usted se llevan un frasco de Aliviatox y el segundo frasco va de regalo, vengan señoras y señores, traigan a sus niños enfermos y comprueben con sus propios ojos los efectos instantáneos del Aliviatox, que contiene baba de caracol... Yo fui con Luisa a verlo, no podía permitirle ir sola.


El hombre no era mal parecido, era rubio, pero me recordó inmediatamente al otro charlatán en su forma de hablar. Claro que esta charlatán no traía una culebra al cuello, ahí estaba la diferencia.

No le comenté nada a su Nana Luisa sobre el hombre, no fuera cosa que se le presentara el mismo entusiasmo que causó el nacimiento de Luchito Vásquez Vásquez. Pero, de repente y sin aviso, ella se acercó a él, sacó veinte pesos del bolsillo de su delantal y Pedro Santana le pasó los dos frascos de Alivatox que había prometido. Y fíjese usted, Elisa, que nomás darle a usted y a Luchito el jarabe de caracol...y llegó el alivio. Se conoce que el remedio era de auténtico caracol del mar Caribe. Amanecieron los dos, al día siguiente, con los pulmones totalmente despejados de las flemas. Lo mismo ocurrió con todos los niños a quienes se les dio el remedio.
-Y la Nana Luisa le comentó algo sobre este nuevo charlatán?
-No, nada. Pero de nuevo comenzaron los suspiros y jadeos en el jardín por las noches y también la ví venir sofocada y colorada del potrero. Claro que esta vez ¡Yo no iba a permitir otra desgracia!

Mire Luisa, le dije ¡usted no se aburre nunca de hacer tonterías! Me contestó: " Doña Margarita, quédese sosegada, mire que yo no caigo en la trampa dos veces. ¿Podría usted hacerme un gran favor?" Le contesté...."pudiendo, claro que si". Ella continuó: "¿ Podría hacerme el servicio de regalarme la culebra Bonifacia? No me pregunte nada, solo regálemela".

Yo vi tanta ansiedad en su mirada que no me puede negar. Con dolor de mi alma, fui a buscar el canasto a la cocina y le regalé mi culebrita regalona, con su cojín de seda y todo.
-¿Y qué pasó después, Margarita?
-¡Lo que su Nana Luisa quería, nada más! Al día siguiente, Pedro Santana pidió respetuosamente la mano de Luisa a su abuela. Se casaron una semana más tarde por las dos leyes.
-¡Qué buena jugada, Margarita!- Dije riendo a gritos.
-Si, jaja. ¿Se acuerda, Elisa, cuando la fuimos a despedir al camino?
-No, no me acuerdo.
-Ah, mire. cuando se iban yendo, Luisa, y el ahora Luchito Santana Vásquez, veo a Pedro Santana...¡Feliz y sonriente con la culebra al cuello! Luisa se despidió de mi con un fuerte abrazo y me dijo al oído: El que sabe sabe...y el que no ¡Aprende!
FIN

Fuente: Libro Casa Azul. Helena Brown. Editorial Asterión, 175 pgs
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