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TIEMPO DE MUÑECAS, cuento navideño. Felices Fiestas !

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Mensaje  Helena Mar Dic 24, 2013 8:15 am


TIEMPO DE MUÑECAS


El señor y la señora Le Fort no tenían hijos. Tuvieron una niña de nombre Angelique, que se fue a vivir con otros ángeles a los seis años.

Yo había cumplido esa edad aquí en la Tierra, la misma semana en que ellos se mudaron al lado de nuestra casa.  Aún no asistía al colegio, pero mis tres hermanas mayores eran ya pupilas internas en un colegio de la capital.  Por esa razón, pasaba muchas horas sola, jugando con amistades impalpables o sentada en la puerta de mi casa, viendo pasar gente, perros y niños.

Vivíamos en un pueblo pequeño, en la calle El Almendro.  Una vía residencial silenciosa y amable, donde se tomaban de la mano decenas de casas de un piso, en un esfuerzo conjunto por oponerle resistencia a los temblores.

Los nuevos vecinos llegaron una mañana, en medio de un suave vendaval de primavera, que hacía volar los pétalos de almendro como espuma sin destino.  Se bajaron de un camión de mudanzas verde oliva, con sus muebles y sus recuerdos.  Yo los observaba, de pie en la vereda, sin perderme ninguno de sus pasos.

Recuerdo al señor Le Fort como un hombre macizo y moreno.  La señora Le Fort, en cambio, era sutil como un suspiro.  Rubia, delgada y de largas pestañas.  Llegó vistiendo un traje de gasa algo transparente, estampado con pequeñas rosas en colores tenues.

El vecino vigiló con gran exigencia el traslado de los muebles, mientras ella transportaba pequeños maceteros floridos, como su ropa, convirtiéndola en una fragancia que iba y venía ante mis ojos asombrados y curiosos.

Cuando terminaron la faena, el señor Le Fort, quien me había estado mirando como al descuido, se acercó a mí y me dijo con voz fuerte, pero amable:

-¡Hola linda! ¿Cómo te llamas?
-Helena.  ¿Y usted?
-Me llamo Daniel... Daniel Le Fort.  Mucho gusto de conocerte, Helena -dijo, dándome la mano.
-¿Y la señora cómo se llama? pregunté.
-Amanda, respondió él.
-¡Ah...!
-Bueno Helena, ahora que nos conocemos ¿podemos ser amigos? -Dijo, haciéndome un suave cariño en la cabeza.
-¡Claro!, asentí con entusiasmo, porque había visto bajar del camión ¡un enorme piano!

Cuando entraron en su nueva casa, me quedé sentada en mi puerta, jugando a las adivinanzas.  ¿Quién tocaría el piano?... ¿Por qué no traían hijos?... ¿O quizás tenían niños y estaban internos como mis hermanas?

Sólo pude resolver mis dudas la semana siguiente, cuando me invitaron a su casa a tomar té.  Fue entonces que me enteré de la muerte de Angelique.  Supe que no tenían otros niños y despejé la incógnita del piano, cuando la señora Le Fort se sentó y comenzó a tocar, para mí, canciones infantiles francesas.

Hubo después muchas invitaciones.  Yo pasaba horas maravillosas a su lado, hartándome de galletas de limón, música y cariño.  El señor Le Fort me leía cuentos de hadas.  Otras veces, su imaginación me hacía verdaderos dones, de praderas y bosques misteriosos, poblados por seres diminutos, cuyas viviendas eran palacios gigantescos de helechos, o laberintos complicados dentro de los musgos del jardín.  Me enseñaba a confeccionar pajaritas de papel, que yo metía en jaulas invisibles o dejaba, como obsequios, posadas en los arbustos, que había junto a los muros de su casa.

A veces jugábamos con las palmas de las manos, en acompasados movimientos o haciendo palomitas, mientras la señora Le Fort nos acompañaba al piano con sus manos delicadas y expertas.

Un día, poco antes de Navidad, comenzaron a hacerme preguntas:

-Helena, dijo ella.  ¿Has pedido algo al Viejito Pascual?
-No -respondí.
-¿Y por qué?, preguntó el señor Le Fort.
-Porque yo no creo en él.
-¿Y por qué no crees en él? -dijo ella.
-Porque mi abuela dice que esos son inventos paganos.
-¿Eso dice? -Preguntaron los dos al mismo tiempo.
-Sí, y dice que hay que rezar la Novena del Niño Jesús, y no andar con la tontera del árbol de Pascua con nieve, cuando se están cayendo los damascos, de puro maduros.
-¡Ah!  -Exclamaron ellos al unísono, mirándose.
-¿Y tus padres no te regalan juguetes para la Pascua?
-Nooo, eso sí que mi mamá nos hace poner los zapatos debajo de la ventana, la noche antes.  Al otro día amanecen ¡llenitos de bombones y pastillas!... y a veces con un billete de cinco pesos.
-Bueno, dijo él, ¡Este año tendrás un regalo de Pascua!... si tu mamá nos da permiso.

El veinticinco de diciembre fui invitada a su casa con un "Helena, hoy será té... con algo más que galletas de limón".

Ya en el pasillo, divisé un suave resplandor que asomaba su cabeza en la puerta del salón.  Seguí la ruta de la luz y me encontré de frente con un árbol envuelto en llamas.  Un abeto azul, dos veces mayor que mi tamaño, sostenía docenas de pequeñas velas rojas encendidas, y casitas, campanas color oro, trineos, galletas glaseadas de un sinfín de formas, cascadas de hilos plateados; y en la cumbre una estrella rutilante coronando la fiesta de colores y destellos.

En medio de mi sorpresa, la señora Le Fort tomó mi mano y me guió a los pies del árbol.  Allí me hizo levantar un paquete envuelto en papel plateado, atado con una cinta rosa.

Al abrirlo la vi por primera vez.  Ella con su cara sonrosada amaneciendo a la luz, despertando del sueño del encierro con sus pestañas enormes, parecía querer decirme algo.

Y lo dijo.  Al tomarla yo en mis brazos susurró: "mamá".  Enmudecí por un instante y luego grité:

-¡Una muñeca!
-¿Qué nombre le pondrás, Helena?, preguntó el señor Le Fort.
-Menjuita-enjuita-em-porom-porim-gará.
-¿Y eso, Helena, en qué idioma es?, preguntó ella, seria.
-¡En el que habla mi amiga Menjuita!, dije.
-¿Y dónde vive ella, en algún país lejano?, preguntó él, también serio.
-Nooo, en cualquier parte, aquí, o en mi casa, o en la de mi abuela.  ¡Dónde yo estoy, ahí está la Menjuita!
-¿Y ella es casada?, preguntó la señora Le Fort.
-¡Sííí! y tiene muchos hijos: Los Menjuitos.
-¿Y cómo se llama su marido?, preguntó él.
-Ah... él... ¡Se llama Felipe, nomás!
-¡Ah, ya!, dijeron los dos al mismo tiempo.

Tuve después otras muñecas, pero todas fueron muriendo de olvido.  Sólo aquella que me regalaron mis amigos de la calle El Almendro, vive, guardada en una caja blanca, y envuelta en papel de seda.  Sin embargo, permaneció hasta ayer durmiendo, un sueño injusto, durante diecisiete años*.

Decidí despertarla y regresaron a mi alma las presencias tan queridas de mis mejores amigos de infancia.  Ella, envuelta en su eterno velo de música y flores... y el señor Le Fort, pregonero incansable de fantasías minuciosas, vestido como siempre de gris claro con su uniforme y sus galones, que identificaban su rango de Coronel de Infantería del Regimiento de mi pueblo.

• 17 años duró la dictadura militar en Chile.
• Fuente: Cuento publicado en el libro Casa Azul, Helena Brown, Editorial Asterion, 175 pgs.
• FIN
Helena
Helena

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Fecha de inscripción : 07/11/2011

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