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LA ENCOMIENDA (corregida)

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Mensaje  Helena Mar Dic 10, 2013 10:04 am

LA ENCOMIENDA


-Felisa, tómese un mate conmigo, que para recordar tanta desgracia, se necesita reposo -dijo Margarita, acomodándose junto a mí, en su cocina.

El viento sopla con un vaho caliente.  Todavía no llueve, pero el viento anuncia lluvia fuerte, capaz de borrar los pasos más decididos.

-¿Amargo o con azúcar quemada?
-Amargo, por favor, Margarita.
-¿Se acuerda cuando su tía Melania fue a Pueblo de Viudas y le hizo la promesa al Santo Obispo? -preguntó.
-Sí, dije.


Claro que recordaba aquello.  Cuando yo tenía unos diez años tía Melania había vuelto una tarde del pueblo, radiante.  Ella venía alegre, porque había jurado solemnemente a Monseñor Larraín, ser casta hasta su misma muerte.

-Si usted me disculpa, mijita, misia Melania se comprometió harto tarde con Cristo Nuestro Señor.  Por ese entonces ya había celebrado sus cuarenta años.  Yo me acuerdo patente, porque para la fiesta, desplumé cuatro gallinas gordas, un pavo harto pechugón y dieciocho codornices.  Amén de la torta de mil hojas con manjar blanco y huevo moll, que me dejó por un mes los brazos lacios y el esqueleto hecho polvo de tanto uslerear.

-¿Le pongo una hojita de cedrón? -me preguntó.
-Póngale dos, Margarita.

Tarde fue el compromiso y la familia hablaba, en broma, de la perfecta inutilidad del voto de castidad de tía Melania, y comentaban que era muy poco probable que a su edad, y con el aspecto grueso y fofo que tenía, consiguiera marido.

-Yo, aquí en confianza, mi niña; y si me lo permite, creo que todo se fue a las pailas por la política -dijo Margarita.
-Puede ser -dije.
-Mire usted, ¿dónde se habrá visto que una señorita tan piadosa bote a Dios y a Nuestra Señora, y se vaya a predicar cosas mundanas?  ¿Cuándo estaba tan bien en la Legión de María!
-Bueno, fue su gusto -repliqué.
-Claro que fue su gusto, pero a mí no me van a sacar de la cabeza que la política confunde mucho el sentimiento.
-Tiene razón, Margarita -asentí yo, con convicción.
-Mire, aquí tiene su mate, preparado a su gusto.  Se me había olvidado que a usted le gustaba el cedrón.  Ando con la cabeza mala de hace tiempo.  ¿Será la edad o tanta desgracia?
-Quizás –dije, algo meditabunda.

Había mucha verdad en las palabras de Margarita.  La política había removido la vida de tía Melania.  Lo insólito fue que ese cambio comenzara con la llegada, inocente, de una pequeña encomienda.

Llegó desde la capital a la casilla del Correo de Pueblo de Viudas.  Era un paquete rectangular, hecho con papel café y lacrado.  Tía Melania lo abrió en mi presencia.  Traía una nota muy breve: "Melania, te mando los libros de Jacques Maritain que me encargaste.  Aprovecho también de enviarte un ejemplar de la Encíclica Rerum Novarum, del Papa León XIII, que repartieron en mi parroquia en la misa del domingo.  Ismael y los niños están bien.  Cariños, Leonor".  Tía Leonor, la otra hermana de mi madre, anunciaba ya por ese tiempo su inclinación, que hasta hoy conserva, por la economía incluso en las palabras.

-¡Esos libros fueron el pecado mismo! -dijo Margarita.  ¡Habráse visto tamaña tontera!  Bien decía mi abuelo que ninguna falta le hace a la mujer tanta ilustración.  Y, mire usted, que misia Melania de su afición por los libros se vino a apartar de Dios.  Si andaba como sonámbula, hablando cosas sin asunto por los corredores de la casa.

Tía Melania, una tibia simpatizante del Partido Conservador, más por costumbre familiar que por convicción, comenzó a convulsionarse con las lecturas de la encomienda.  Yo, que era su compañera de dormitorio en los veranos, fui la pequeña y atenta auditora de sus nuevos postulados.  "¡Justicia social y no caridad es lo que el pobre necesita!  ¡La dignidad de la persona es inherente al ser de cada cual!  ¡La justicia debe imperar en toda forma de gobierno!  ¡Ya lo dijo Aristóteles, después Santo Tomás y ahora Maritain!  ¡Aquí está la llave, Felisa!, me decía eufórica, la llave que abrirá el corazón de los  hombres para dar a la persona humana lo que en justicia le corresponde!".  Yo, que me conmovía enormemente con la miseria de los inquilinos de mi abuelo, no entendía su nomenclatura filosófica, pero sí aquello de dar a los pobres más de lo que tenían.  Así fue, que al poco tiempo aplaudía con verdadero frenesí, los delirios de justicia que sufría tía Melania.

-¡Misia Melania cambió su natural con esos libros!  Porque dígame usted, quién iba a pensar que le faltaría el respeto al padre que le dio la vida, que en paz descanse el difunto.  Mire que decirle que era explotador. ¡Fue mucho atrevimiento!  Si unos nacemos pobres, otros ricos, así es por ley de la vida.  Unos para el trabajo, otros para el ocio, unos rengos, otros con sus dos piernas bien calibradas, unos ciegos y otros con visión demás.  Así es el reglamento del Señor y no es bueno contradecirlo,  porque de ahí vienen grandes infortunios.  Y vea usted si no ha sido una fatalidad mayor, la que se le vino encima a misia Melania.  Castigo de Dios digo yo, por no respetar ni a Dios ni al padre como es debido.

-¿Le cebo otro mate, Felisa?
-Ya, Margarita.
-¿Quiere un poquito de tortilla de rescoldo?
-Bueno, gracias.
-Razones tuvo el patrón para gritarle ¡comunista!  Porque esos, mijita, son el anticristo; y cuando Rusia se convierta estará próximo el acabo de mundo.  Lo dicen las escrituras.  Bueno, no lo dicen así, hay que darle interpretación -dijo Margarita.

Un mes y medio después de la llegada de la encomienda, un suceso político conmovió al país y separó, en muchos casos para siempre, a las familias conservadoras.  El Partido Conservador se dividió en dos:  el Conservador Tradicionalista y el Partido Conservador Social Cristiano.

-Mire no más que meterse la señorita Melania al partido "Zorzal Cristiano", así decía el patrón, su mismo padre.  Decía que eran unos puros zorzales cantores, que lueguito se los comerían escabechados los comunistas.  Por mi casa también pasaron los rojos pidiendo votos.  Yo los salí correteando a escobazos.  Les grité que para eso teníamos patrón, que nos llevaba a sufragar en camiones.  Porque eso sí, Felisa, su abuelo para las votaciones, era muy comedido.  Ni caminar nos dejaba, las dos leguas que hay de aquí a Pueblo de Viudas.  Dios lo guarde en su seno, muy bueno era el difunto en elecciones; nos repartía empanadas y vino de sus bodegas.  Si hasta plata para el bolsillo nos daba, para las faltas, claro.  Los otros, puras palabras ofertaban ¡De qué sirven las palabras a un pobre en su miseria!  Luego, Margarita calmándose un poco, agregó:

-¡El temporal viene cerca!
-¿Y cómo lo sabe? -pregunté yo.
-¿No ve que la luz y el trueno están casi mancornados?
-Sí, es cierto -respondí.


Entre que la encomienda llegó y tía Melania pidió la primera dispensa al Obispo pasó un suspiro.  Monseñor Larraín, muy impresionado por la relectura de la encíclica papal, que él había recibido a su vez, por los conductos regulares de la Iglesia, autorizó a tía Melania para dejar un poco de lado sus afanes piadosos y contemplativos y apoyó su deseo de dedicarse a la causa de los pobres en el Partido Conservador Social Cristiano.  Fue así como nos entregamos ambas a un trabajo diario extenuante en la sede del nuevo partido.

Ella consiguió un espacio en la radio local y desde allí, con su voz ambigua de virgen madura, entraba en los hogares pobres del pueblo, llevándoles la esperanza dulce del mensaje cristiano.  En el partido, fue rápidamente captada la facilidad con que tía Melania llegaba a la gente, arte que ella había adquirido en sus muchos años de practicar la caridad y el amor al prójimo.  Muy poco después, fue designada candidata a Regidora de la comuna.

-¡Y presentarse a Regidora más encima, la señorita Melania. Al pobre patrón le dio ataque de lipiria con vómito de bilis verde!  Hube de darle agua de ruda con toronjil cuyano.  Menta Coca y raíz de Regalí.  En un comienzo creí que era empacho, porque hasta los ojos se le hundieron al ahora finado.  ¡Se ve que de la amargura!

"¡Tengo una hija bolchevique!", le gritaba mi abuelo a mi abuela, como si ella hubiera sido la culpable de las nuevas ideas de tía Melania.  Esta, ya sea por el ejercicio que va adherido a la política o porque ya por ese entonces había divisado a Reinaldo Morales, se fue poniendo casi bonita, con un suave rubor en la mejillas y de cintura más afinada.

-¡Y ahí mismo fue que principió a malograrse todo!, dijo Margarita.  ¡Yo se lo dije tanto! "No es cosa de mujeres tanto ajetreo público.  ¡Más recato, misia Melania! Que mujer no recatada no vale nada".

Tía Melania y yo comenzamos  la campaña electoral, casa por casa.  Primero intentamos conseguir apoyo de los inquilinos de mi abuelo, pero con ellos no logramos comprometer ni un solo voto.  Fue en el pueblo, donde tuvieron buena acogida sus palabras.

El día de las elecciones municipales llegó, cuando el cansancio estaba a punto de botarnos: tía Melania fue elegida Regidora por la comuna de Pueblo de Viudas.  Sacó la primera mayoría relativa del país, lo que lejos de ser beneficioso para ella, fue el inicio de su propia ruina.  Con sus votos sobrantes sobre la cifra repartidora, fueron elegidos tres regidores más del Partido Conservador Social Cristiano, entre ellos, tío Reinaldo.

-¡Qué perdición para misia Melania!, porque el futre Reinaldo era cualquier cosa, menos mal agradecido -dijo Margarita.
-No estoy segura -dije.
-¡Ahí mismo se le empezó a confundir el sentimiento a ella!  ¿No ve que de ahí en adelante comenzó a perder también el juicio?  Nosotras, en la cocina, sabíamos muy bien que nada podía esperarse de un hombre oriundo del norte, porque el hombre no era de estos contornos.  Entre los sirvientes nos fuimos formando nuestro entender sobre don Reinaldo.  Cada cual de nosotras le conocía algo escondido:  ¡Qué éste no conoció abuelo, no se sabe de dónde procede! -decía uno-;  ¡Qué no sé cuántos huachos ha sembrado con su mala semilla! -decía la otra-;  ¡Qué visita casas de regocijo!  En fin, cierto o no todo esto, lo que sí supe, por una comadre mía que lo conocía bien, es que propietario de tierras no era.  Agricultor sí, claro que de arrendamiento.  Pero misia Melania no escuchó la voz de nadie, igual se embolinó con él, para estropearse.

-Bueno, pero quizás se enamoró -dije yo.
-Puede ser, nadie lo sabe -contestó Margarita. Esas son cosasque una se guarda para una misma.

Si fue el amor, el agradecimiento o el campo de mi abuelo, "de migajón de primera" -como él decía-, lo cierto es que en menos de dos meses, tío Reinaldo se presentó en casa de mi abuelo, llevando un modesto anillo de oro y rubíes metido en una cajita de terciopelo azul.  Pidió a tía Melania en matrimonio, con comunidad de bienes, claro; y mi abuelo no pudo negarse.

"Melania es mayor de edad, que pida dispensa al Obispo por sus votos", fue su desganado consentimiento.

Después de la visita le comentó a mi abuela, que a lo mejor más valía que se dedicara a labores propias del sexo, que a sus alborotos comunistoides.

-Claro, mirado así, era mejor -dijo Margarita.
-No creo -respondí con firmeza.
-Tres niñas tuvo, al hilo, misia Melania.  Con operación, sí.  A esa edad ya no estaba para esos trances.  Pero fue cuando las niñas entraron al colegio de monjas del pueblo, que la cosa se empezó a poner más fea.  El futre Reinaldo comenzó a pisar fuerte por la casa, le alzaba la voz a misia Melania y no medía las palabras ni las distancias. Ya los patrones eran muertos por ese entonces, y había menos respeto que antes.

-¡Por suerte empezó a llover, mijita!  Con esto la tierra se lavará.  La tierra carga mucho con los pecados del hombre.
-Me gusta la lluvia -dije.
-¿Le hago otro matecito? -preguntó.
-Ya, gracias.
-La lluvia baña la tierra, pero mis huesos sufren padecimientos.  Es por la reuma ¿sabe?  Mire usted, siempre se supo que al futre nunca le gustaron las pastillas de anís, entonces ¿para qué tenía cuatro paquetitos en el velador?  Fue por esa nimiedad que misia Melania principió a conocerlo mejor.  Fíjese que ya por ese tiempo ella había hecho renuncia a la alcaldía, porque él se lo pidió, eso sí.  Yo sabía de hacía tiempo lo de las pastillas de anís, se rumoreaba mucho de eso en la cocina.

A mí también me vino con el ofrecimiento.  Yo le dije con el mirar fijo -porque eso sí, a él nunca le bajé la vista- : "A mí no me venga a engatusar con sus anices, bonito color tienen, pero también consecuencias.  Yo ya soy mujer muy grande, si ya dentré en los cincuenta.  Guárdese sus embelecos, a las chiquillas podrá engañar, pero a mí no.  Después de los dulcecitos a usted se le alborota aquello.  Apártese de mi camino y váyase por el suyo, porque así como me ve, yo no soy yegua para que monte usted.  Misia Melania, cuando encontró las pastillas en el velador de don Reinaldo, comenzó a seguirle los pasos.  Y ahí fue cuando enfermó tan grave y no habló más ¡por lo que vio, pues!

-Sí Margarita, supe que los doctores dijeron que tenía una involución cerebral producida por un virus.
-¡Qué iba a ser cosa del cerebro, Felisa, pena era, pura pena!  Si la vio cuanto doctor hay cerca y ¿qué sacaron?  El único que acertó, fue el doctor Miado de Chimbarongo.  Él la vio, bueno no a ella, sus orines vio.  Encontró las aguas sumamente turbias y le dijo al futre, que cuando aclararan, a misia Melania le volvería el habla.
-¿Y estuvo muda mucho tiempo, Margarita?
-Sí pues, como tres años.
-¿Y qué hizo tío Reinaldo esos tres años? -pregunté yo.
-Nada pues, sólo mirar los miados.  También se le veía la desesperación en el semblante, no crea, porque cambió hasta de color el hombre.  De tan rojo que era, se volvió medio verdoso.  El daño se paga, mijita, y en este mundo.  Hasta a Santa Rosa de Pelequén recurrió el pobre hombre.  Se conoce que le hizo caso la Santa, porque de un día para otro los orines se hicieron claritos como el agua de noria.  Al verlos, don Reinaldo, corrió a su pieza.  "Melania, Melania" -le dijo.  Eso sí con otra voz, con menos prosapia.  "Hable por favor, Melania, dígame por qué está muda".  Misia Melania lo miró con ojos de espanto y le dijo:  "Salga de mi dormitorio, ¿Quién es usted? Y me gritaba: "Margarita, hay un hombre en mi pieza, parece que no sabe de mi voto de castidad, llama a mis padres ¡qué atrevimiento, Dios mío!".  "Melania", decía el futre con voz lastimera "¡Soy su marido! ¡Tenemos tres hijas! ¿Cómo no me reconoce!".  Pero nada, todo fue inútil.
-Sigue lloviendo, mijita, esta lluvia se parece a las lágrimas que ha derramado por veinte años don Reinaldo.  Misia Melania nunca más lo conoció.  Pregunta mucho por sus padres y por usted también, Felisa.  Cree que todavía están recorriendo casas buscando votos para las elecciones.  Ahora pase nomás a verla, está en la misma pieza de siempre.  Ahí se lo pasa leyendo, los mismos libros de la encomienda. ¡Ojalá se hubiera perdido, como suele acontecer!  Maldita la hora que entraron en esta casa esos libros de política.  A mí nadie me saca de la cabeza, que la política confunde mucho el sentimiento... ¿No le parece, mijita?

                                                      FIN

FUENTE: Cuento del libro Casa Azul.  Helena Brown, Editorial Asterion, Chile.
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